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sábado, 28 de noviembre de 2015

Teresa de la Parra: una olvidada entre los libros



“El 23 de abril es un día simbólico para la literatura mundial ya que ese día en 1616 fallecieron Cervantes, Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega. La fecha también coincide con el nacimiento o la muerte de otros autores prominentes como Maurice Druon, Haldor K.Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo”. Así reza la introducción del mensaje de la Sra. Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, con motivo del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, que se celebra en todos los países miembros de la UNESCO desde el año 1995.

La verdad es que son muchos los escritores que nacieron o fallecieron un 23 de abril, pero siempre me ha llamado la atención que -a razón de esta importante celebración cultural- de alguna manera se ignore un nombre, que en el mundo de la literatura hispanoamericana tuvo un papel más que destacado: les estoy hablando de Teresa de la Parra. Es por ello que, en el marco de la celebración del Día Internacional del Libro, del Idioma y del Derecho de Autor, quisiera dedicarle unas líneas a esta importante escritora venezolana.

Ana Teresa Parra Sanojo nace en París, Francia, un 05 de octubre del año 1889 y aunque gran parte de su corta vida transcurrió en el extranjero, el legado de su obra demuestra que siempre sintió a Venezuela como su tierra amada.

Pocos años de su infancia los pasó en la patria de Bolívar, con el cual, por cierto, guardaba cierto grado de consanguinidad, ya que su tatarabuela (Teresa Jerez de Aristeguieta) era prima de El Libertador y a su vez madre del general Carlos Soublette. Entre los 2 y los 11 años vivió muy cerca de Caracas, en la hacienda El Tazón, y es probable que en estos años se forjara un lazo indisoluble con Venezuela, de donde se marcharía rumbo a España por la repentina muerte de su padre. Entre España y Francia se forjaría su educación y, por supuesto, su pasión por la literatura.

La obra de Ana Teresa Parra Sanojo comienza a hacerse pública a la edad de 26 años cuando sus primeros cuentos, de corte fantásticos, son publicados en algunas afamadas revistas parisinas, tales como Paris Time, Revue de L'Amérique Latine, entre otras. A raíz de tales publicaciones, diarios como El Universal y la revista Lectura Semanal se interesan por su obra y es así como comienza a publicar algunos de sus cuentos bajo el seudónimo de “Fru-Fru”. Entre éstos destacan Un evangelio indio: Buda y la leprosa y Flor de loto: una leyenda japonesa. Así mismo, se hacen públicos los cuentos fantásticos El ermitaño del reloj, El genio del pesacartas y La historia de la señorita grano de polvo, además de La bailarina del sol.

Lo anterior ocurrió entre los años 1915 y 1920. La mesa estaba servida para que Teresa de la Parra escribiera su obra Maestra: Ifigenia.

Ifigenia es considerada la primera gran novela venezolana, marcando así la madurez del género en las letras del país. Tiene, como contexto internacional, el fin de la Primera Guerra Mundial y es escrita como si fuera una especie de diario personal. Fue su primera obra publicada con el seudónimo de “Teresa de la Parra”, y trata, a grandes rasgos, el drama de la mujer frente a una sociedad que no le permite expresar sus ideas ni elegir su destino. Por esta obra, justamente, Ana Teresa Parra conquistó el primer lugar en un concurso literario en París, auspiciado por el Instituto Hispanoamericano de la Cultura Francesa, y se convierte en una de las escritoras más importantes de Latinoamérica.

Otra de sus más grandes obras, considerada un clásico de la literatura hispanoamericana, es Memorias de Mama Blanca, con la cual aborda el tema de la memoria, de la saga familiar, e ilustra el ambiente de su niñez, mostrando personajes y costumbres de la época, todo a través de una jovial anciana que cuenta sus travesuras infantiles.

La vida y obra de Teresa de la Parra son dignas de ser mencionadas a la hora de hablar de los autores que dan pie a la celebración del Día del Libro, del Idioma y del Derecho de Autor, sobre todo por lo que representó esta venezolana para la historia de la literatura hispanoamericana, cuando los hombres eran quienes dominaban, de alguna manera, esta disciplina intelectual. Tal vez la historia de Ifigenia continúa vigente en un mundo que todavía no reconoce, a carta cabal, el papel de la mujer en ciertas labores que históricamente han estado dominadas por los hombres. Es por ello que hoy queremos recordar a Ana Teresa Parra Sanojo, una olvidada entre los libros.

Por Américo Alvarado P



MAPA DE LA CARTA NATAL DE TERESA DE LA PARRA


23 de abril: muere en Madrid Teresa de la Parra




Javier Vilchez

El 23 de abril de 1936, muere en Madrid, Ana Teresa Parra Sanojo, conocida como Teresa de la Parra, hija de Rafael Parra Hernández y de Isabel Sanojo, quien nació en París, Francia, el 5 de octubre de 1889. A lo siete años de edad, su familia la trae a Venezuela y viven en la hacienda Tazón, cerca de la urbanización caraqueña de Coche. Al morir su padre, dos años más tarde, es llevada a España. Su vocación literaria la manifestó desde muy joven, cuando escribía deliciosos cuentos bajo el seudónimo de Fru-Fru.

Al regresar a Venezuela, y en su Caracas afectiva se nutre de ingredientes que conformarán sus novelas. Con el seudónimo de Teresa de La Parra participa en un concurso de escritores americanos con la novela Ifigenia, en 1924.

La obra causó tal sensación que obtuvo el primer premio y es publicada por el Instituto Hispanoamericano de la Cultura de Francia. Ifigenia es la propia Teresa de La Parra, expresivamente feminista, con muchos años de adelanto a la época que le tocó vivir. Otra de las novelas perdurables de Teresa de La Parra es Memorias de Mamá Blanca, publicada en 1929.

De ella se han hecho tantas ediciones como de Ifigenia, y es de obligada lectura en nuestros días. Velia Bosch publicó, con motivo de cumplirse cincuenta años de la publicación de Memorias de Mamá Blanca, uno de los estudios más completos sobre la obra de Teresa de la Parra, bajo el título Esa Pobre Lengua Viva: relectura de la obra de Teresa de la Parra, sus restos fueron trasladados a Caracas en 1949 y reposan en el Panteón Nacional desde el 7 de noviembre de 1989.

viernes, 31 de julio de 2015

Los universos íntimos de Teresa de la Parra



Por Oneirú Caraballo para Literofilia

Antes de referirnos a cualquier otro asunto o detalle sobre su vida y obra, apremia decir que la escritora Teresa de la Parra (1889-1936) posee una prosa transparente con el tono singular de una conversación deliciosa. En sus textos la sensación de leer es reemplazada por un “sonido” sedoso que encierra al lector en un burbuja de una cadencia impecable, sutil y sofisticada. Sus obras son un cristal impoluto y su dicción literaria, inmejorable. En la figura intelectual de Teresa convergen las nacionalidades española, francesa y venezolana como un todo indisoluble.

Escribió tres cuentos fantásticos que se cree que datan del año 1915. Narraciones que hilvanan tres historias ambientadas en ese espacio aislado del mundo al que se le suele asignar el nombre de hogar, morada o habitación; tienen como títulos: El ermitaño del reloj, El genio del pesacartas y la Historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol. En ellas los objetos cotidianos cobran vida y virtudes y defectos humanos para animar un pequeño universo sobre  la mesa de un poeta, en el interior de un reloj, en el armario de un comedor o en el rayo de sol que se cuela en la alcoba de una dama. Son relatos cortos que poseen una candidez y una gracia inusual y concisa. Lo más parecido a pasear por un lugar indeterminado pero salvajemente ameno.

En El ermitaño del reloj; un pequeño monje capuchino, que cree ser parte imprescindible del mecanismo de un reloj de mesa, abandona una noche, su eterna tarea de tocar las horas del reloj –a instancias de una bella figurilla de la Reina de Saba– para conocer las magníficas historias de la vida de los objetos que habitan en las afueras de su pequeña “casa-reloj” y a su vez descubrir “que su trabajo y su sacrificio diario no eran sino de risa, casi, casi un escarnio público”.

El protagonista de El genio del pesacartas es un gnomo “de alambre, paño y piel de guante” que después de un sinnúmero de peripecias logra llegar a un puesto nunca antes alcanzado por uno de  su especie: ser “el genio del pesacartas sobre el escritorio de un poeta” y tal proeza llenó su personalidad de pedantería, soberbia y arrogancia hasta que un revés inesperado le hace perder para siempre su reinado sobre la superficie del escritorio.

En la “Historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol”, un muñeco de fieltro sostiene una placentera conversación  con su dueña, a la que le confiesa su intenso enamoramiento por una mota de polvo que una mañana observó flotando, con infinita gracia, en un rayo de sol que se filtraba por una ventana y que era un ser extraordinario que, según su ilusión, “como rostro no tenía ninguno propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una firma precisa. Pero tomaba del sol con vertiginosa rapidez todos los rostros que yo hubiese podido soñar y que eran precisamente los mismos con que soñaba cuando pensaba en el amor”.

Estos tres cuentos sólo comprenden una parte de la producción temprana de Teresa de la Parra y son anteriores a la creación de su obra cumbre Ifigenia, pero en ellos ya se siente perfectamente el aroma por los universos íntimos, rebosantes de simplicidad y delicadeza que caracteriza la mayoría de sus obras. Las cuales dejan en el lector la sensación de un encierro cálido y confortable, sin nunca dejar de ser lugares provistos de rejas y candados invisibles.

En junio de 1923, Teresa de la Parra envió un larguísima carta a Juan Vicente Gómez –dictador supremo de Venezuela– demandándole ayuda monetaria para publicar su novela Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, y aunque no tuvo respuesta, en la actualidad el gesto nos puede llegar a parecer poco elegante, si ignoramos el contexto histórico que lo enmarca, pero sobre todo se puede considerar la prueba de la sólida confianza que tenía la escritora en el valor de su propia obra. Obra reducida y limitada por una tuberculosis pulmonar que acortó la vida de la autora a cuarenta y siete años que, sin embargo, abarca cuentos, novelas, ensayos, conferencias y diarios de viaje.

Ifigenia, su obra más importante y difundida fue publicada en 1926 en Francia. En ella lo que en la ficción y en la realidad se suele llamar “la moral y las buenas costumbres” quedan, ante el lector, grotescamente pintarrajeadas como las más absurdas de las cárceles mentales del ser humano, a través de la mirada rebosante de vitalidad de la protagonista principal. Ya que sólo desde su punto de vista se dibuja con maestría la concepción del mundo de los personajes que la rodean y del universo que los encierra. La frivolidad que ocupa gran parte del tiempo de la joven protagonista, incluye un significado más profundo y complejo: el mecanismo inconsciente que embellece lo absurdo de su entorno y, a su vez, la lucha inútil contra un destino inmerecido del que no podrá huir.

Muchos de los personajes de Teresa de la Parra son esclavos de un rumbo injusto, deambulan por universos íntimos, cerrados casi herméticamente al resto del mundo, atrapados en el ritmo monótono de un espacio doméstico casi deleitable.  Incluso su diario privado pocas veces se aleja de la intimidad de ese pequeño mundo para posar su mirada en la calle y sus alrededores. Sin embargo, el lector pasea muy a gusto por ese cosmos que se encierra con vanos y muros, en compañía de una prosa que jamás se empaña, porque el tono cadencioso de grata conversación en ningún momento aburre al lector, sino que acaricia su pensamiento con una acogedora habilidad.

(La obra completa de la escritora se encuentra reunida en un volumen editado por la Biblioteca Ayacucho, titulado, Teresa de la Parra: Obra (Narrativa, ensayos, cartas) Caracas, 1991.)

Fuente: http://literofilia.com/?p=7737

domingo, 19 de abril de 2015

Reseña sobre "Ifigenia" de Teresa de la Parra




Autor: Carlos Balladares Castillo
Publicado en: Noticiero Digital y Analítica

 Ifigenia o el sacrificio del feminismo

¿Fue Teresa de La Parra (1890-1936) una feminista? Si comprendemos por feminismo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, se puede responder afirmativamente. Dicha afirmación se sostiene en la lectura: tanto de su novela “Ifigenia” (1924) como de sus tres conferencias sobre la “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (1930). Textos que leímos en sus “Obras” editadas por Biblioteca Ayacucho en su segunda edición de 1991). En sus conferencias dirá que es una “feminista moderada” porque ciertamente; como María Eugenia Alonso, el personaje de su gran novela; posee una relación de amor-odio con la tradición colonial. Admira sus orígenes: es una “goda” (término que se usaba en el siglo XIX y principios del XX para referirse a los conservadores y/o a los descendientes de los mantuanos) pero sostiene que no debe haber más “sumisión” por parte de la mujer a esa cultura “pagana” que tiene al macho como un dios.

La tragedia de nuestra Ifigenia criolla de principios de siglo XX: es el vivir en una sociedad a medio camino entre la tradición y la modernidad, por tanto entre la naciente libertad femenina y la moral “goda”. A lo cual se suma el ser huérfana y pobre pero de clase alta, y por tanto dependiente de sus familiares con dinero. Esta realidad es la que la protagonista: María Eugenia Alonso (una joven que ha vivido y se ha emocionado con el hedonismo del París de la “Belle Époque”) llama “el Fastidio”. Su gran temor es vivir la monotonía de los que no tienen una meta, como lo son su “abuelita” (viuda) y la tía Clara (solterona), que pasan las horas bordando y rezando. La novela es su diario, el de una “señorita que escribió porque se fastidiaba”, y por medio de él nos cuenta sus intentos para salvarse de esta realidad y ser feliz. Al principio busca ser pianista como Teresa Carreño, pero no puede tocar el piano porque la abuelita se lo prohíbe porque están de luto; luego le queda la pasión del amor en el matrimonio, pero su enamorado (Gabriel Olmedo) termina casándose con una rica. Solo la lectura y la escritura de su diario la sirven de terapia, e incluso me atrevo a decir que es su verdadero medio de salvación y expresión de su protesta feminista.

A lo largo de la novela – la cual es bastante larga: más de 500 páginas – se describen un conjunto de personajes que ilustran la realidad de la Venezuela gomecista (los arribistas como el tío Eduardo), y especialmente la mentalidad positivista (el idealista tío Pancho, muy similar al tío Juancho de “Memorias de Mamá Blanca”). Para un historiador, Teresa de la Parra, es una maravillosa “cronista”; que nos demuestra como la Colonia no había muerto ni con la Independencia ni con los sucesos de nuestro largo siglo XIX. Nos relata el mundo de las clases altas y medias, sobretodo las primeras; en muy pocos momentos se refiere a los sectores populares (¡Qué mal que no vivió más tiempo para que nos regalara una novela de los olvidados, porque siempre demostró en sus escritos una veneración por ellos!). El racismo y el endoracismo aparece en muchos momentos (la criada Gregoria: - “¡Haberse acordado de su negra!… ¡de su negra fea!… ¡de su negra vieja!...” (pág. 36)), y siempre está la admiración por nuestra geografía tropical: “Me encanta el pedazo de Ávila que se mira a lo lejos por encima de la mata y los tejados” (pág. 88).

Al vivir su fracaso amoroso, María Eugenia Alonso, acepta relativamente su destino: el fastidio. Ser una mujer prisionera, desheredada, esclava, y tutelada por su familia. Su abuelita le buscará marido al permitirle “sentarse en la ventana” para que los jóvenes ricos la vean (“a la venta”) y le propongan matrimonio. De esa forma conoce al peor de los machistas: César Leal. Al igual que Ifigenia en Áulide es conformista ante el sacrificio, aunque vive un último momento de posible escape con un Gabriel Olmedo arrepentido. Nada, la tradición colonial se impone y el miedo la detiene… la autora no nos dirá el fin de la historia de la protagonista: ¿Se suicida, se queda solterona o se casa con el machista? Mi hipótesis, es lo que luego confirma Teresa de la Parra en sus tres conferencias: la maternidad es la única salvación y felicidad de la mujer en los tiempos del machismo. La mujer por esta vía logró el mestizaje entre las “razas” que se odiaban, logra la perpetuación de los “fundadores de la ciudad”.  

Fuente: http://venezuelaysuhistoria.blogspot.com/2013/07/resena-sobre-ifigenia-de-teresa-de-la.html

Eterna señorita de oro, Teresa de la Parra




Eterna señorita de oro, Teresa de la Parra

Fátima Durand 6 octubre, 2014 Cultura
“-… Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, ya oscura y misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo, loca como la arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se rompe. Era mil y mil cosas más rápido que mis palabras no lograban seguir sus metamorfosis.

-Soy la señorita Grano de Polvo, bailarina del Sol. Sé demasiado que mi alcurnia no es de las más brillantes. Nací en una grieta del piso y nunca he vuelto a mi madre”.

Así con líneas de un cuento escrito por Ana Teresa Parra Sanojo, ilustre escritora venezolana, quien durante su época y aún en nuestros tiempos es ejemplo de la mujer culta e independiente se inicia esta biografía a los 125 de su natalicio.

Como comúnmente se conoce, Teresa de la Parra fue una escritora venezolana, autora de diversos cuentos como “la señorita grano de polvo, bailarina del sol” y novelas como “Ifigenia” que relataban la Venezuela de la época y la situación en la que se encontraba la mujer del siglo XX. También es reconocida por la exitosa novela “Memorias de mamá Blanca”, clásico de la literatura hispanoamericana que describe una Venezuela que llevaba consigo cambios políticos y económicos.

El seudónimo de la escritora, con el que se catapultó como una literata de las letras universales, proviene de la fuerza que impregnaba el nombre de Teresa, como un símbolo entre las mujeres de su familia, su tatarabuela Teresa Jerez de Aristiguieta, prima del Libertador Simón Bolívar y madre del general Carlos Soublette, fue la primera en llevar el nombre.

Ana Teresa nació un 05 de octubre de 1889 en la ciudad de París, Francia y fallece en la ciudad de Madrid, España a sus 47 años de edad. De padres venezolanos y familia aristocrática vive su infancia en Caracas.

En 1924 regresa a París, donde gana el premio del Instituto Hispanoamericano de Cultura Francesa con su novela Ifigenia. En 1927 presentó en Cuba una ponencia titulada “Influencia de las mujeres en el continente y en la vida de Bolívar”, en la Conferencia Interamericana de Perioteresa_de_la_parradistas. En 1928 publica su segunda novela, Memorias de mamá Blanca.

Teresa de la Parra fue una mujer que destacó por su larga trayectoria como escritora y demostró que el estar en la casa no era el único oficio de una mujer. El arte, la literatura, la prensa también eran oficios que una mujer podía desempeñar. 

Por eso sus publicaciones se vieron en distintas revistas francesas como París Time, Revue de L’Amérique Latine y otras más. Posteriormente sus relatos aparecen en el diario venezolano El Universal y en la revista Lectura Semanal, 

En 1920 publica en la revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos, su “Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente”.

La brillante escritora cosecha toda una vida de éxitos y es aclamada tanto en Europa como en Latinoamérica, pero su larga vida de cuentos y letras culmina cuando le es detectada una tuberculosis. La mala situación que antecede a la segunda guerra mundial no es de gran ayuda para su salud y finalmente fallece.

Actualmente los restos de esta mujer, que con sus letras dio a conocer a Venezuela en todo el mundo, se encuentran en el Panteón Nacional de Caracas, desde el año 1989.

Fuente: http://www.tinterodigital.com/eterna-senorita-de-oro-teresa-de-la-parra/

La mirada de Teresa de la Parra



Zaida Capote Cruz


La editorial Arte y Literatura ha publicado Epistolario y otros textos, de Teresa de la Parra. Esta autora, que aunque tuvo la popularidad de Rómulo Gallegos, autor de otro de los títulos publicados ahora por la misma editorial, sí fue bastante conocida en su época. 

Teresa de la Parra había escrito su novela Ifigenia en 1924 y la salida del libro desató una polémica tremenda. En aquella primera novela ella denunciaba la situación de la mujer, la obligatoriedad del matrimonio y varios temas afines tratados también en ese tiempo por otras de las escritoras de vanguardia. La mirada de Teresa de la Parra, sumamente irónica, concitó un interés inmenso. El libro tuvo defensores y detractores, sobre todo en Caracas, ciudad que en una de sus cartas recogidas en este volumen ella llama “un monasterio al aire libre”. Hay un momento en que narra, en una de las conferencias dictadas en Bogotá en 1930 –esos son los “otros textos” a que alude el título– el cierre de los conventos y cómo las grandes familias caraqueñas acogieron en sus casas a las monjas expulsadas, para que pudieran seguir guardando clausura, es una imagen que casa perfectamente con la idea del “monasterio al aire libre”, aunque ella se estuviera refiriendo al ambiente provinciano que su novela había venido a agitar. 

Ifigenia ya fue publicada en la colección Huracán; también la Casa de las Américas publicó sus Memorias de la Mamá Blanca, un libro mucho más vinculado con la tradición literaria hispanoamericana, específicamente con los relatos costumbristas, que le mereciera el aplauso unánime de la crítica. Y el libro que ahora nos ocupa nos ofrece de modo muy eficaz la posibilidad de completar nuestra visión como lectores de la obra de Teresa de la Parra y tiene el mérito, además, de mostrarnos con claridad la fascinante personalidad de esta autora, que de seguro resultará muy atractiva incluso para quienes no conozcan el resto de su obra y una incitación, espero, para completar ese conocimiento. 

Para hacerle un homenaje un poco irregular a Teresa de la Parra –a quien le gustaba posar de irreverente– voy a empezar esta somera presentación por los últimos textos del libro. 

Esas tres conferencias, resumidas bajo el título común de “Influencias de las mujeres en la formación del alma americana” recorren tres etapas históricas de nuestra América: la Conquista, donde destaca la figura de la Malinche junto a la madre del Inca Gracilaso; la Colonia, con énfasis en la figura de Sor Juana, y la Independencia, donde se centra en Manuelita Saénz. Ese modo de abordar la historia americana desde la gestión de las mujeres, en ella responde, lo mismo que sus novelas, al momento histórico en que vivió y escribió Teresa de la Parra. Esas primeras décadas del siglo XX fueron un período en que la mujer en América y en todo el mundo cambió mucho su modo de vida. Y Teresa de la Parra escogió narrar la historia desde lo íntimo, desde lo mínimo de los hechos históricos. Hay aquí, por ejemplo, una referencia a Simón Rodríguez, el controvertido maestro de Bolívar, cuya labor pedagógica fue muy eficaz, según Teresa, en dotar a su discípulo de habilidades como jinete, nadador o espadachín; pero cuyas enseñanzas no evitaron que las cartas de Bolívar (aquellas que escribió desde el barco durante su viaje a Europa) estuvieran plagadas de faltas de ortografía. Convendrán conmigo en que es esta una visión poco usual del Libertador. 

La otra parte del libro está compuesta por alguna de la correspondencia mantenida por Teresa de la Parra con sus contemporáneos. Hay cartas a Unamuno, que tuvo la gentileza de hacerle llegar sus opiniones sobre Ifigenia, las cartas de amor a Gonzalo Zaldumbide y otras más que desnudan la naturaleza de esta mujer que poseía además un agudo sentido del humor. Recuerdo, por ejemplo, la coincidencia de dos cartas: en la primera, agradece a Lisandro Alvarado su crítica de la novela, abundante en referencias eruditas a la cultura clásica; al mismo tiempo, le escribe a su amigo Rafael Carías, a quien le había bautizado un hijo y confiado sus bienes en Caracas, y le comenta que Alvarado debía decidirse de una buena vez a escribir directamente en griego, porque de todos modos, no se entendía nada de lo que decía. Son esas señales de humanidad que nos acercan a la escritora como la persona que fue. Por sus cartas sabemos también del proyecto de escribir una biografía novelada de Bolívar, para la cual anduvo pidiendo consejo y reuniendo bibliografía. Infelizmente, Teresa de la Parra murió, joven todavía, víctima de la tuberculosis, y el proyecto quedó trunco. 

Me gustaría recordar que Teresa estuvo varias veces en La Habana. Fue muy amiga de Lydia Cabrera, quien la acompañó durante toda su enfermedad, ella decía de Lydia que era “muy inteligente y muy artista” y ahí está un fragmento donde habla de La Habana, con una visión muy suya: “Le escribo perdida casi la conciencia por el excesivo calor […]. Pero no he perdido enteramente el tiempo, el paisaje cubano en la tarde y en la noche es maravilloso, y he visto una procesión o cabildo congo con bailes de diablito, al dios Changó –no podía ser de otro modo, siendo Lydia su anfitriona–, el crucifijo con sus velas y su incienso, y una cabeza de chivo sacrificado a Changó con canto, tambor y música africana. Nadie que pase por Cuba sospecha que existe esto. Si son ‘intelectuales’ se van a los banquetes ‘minoristas’ a beber pedantería y a escuchar falsos talentos, si son ‘touristas’ van a los clubes que en realidad están a la altura de los mejores del mundo con la ventaja de la naturaleza y los baños en la playa, únicos en honor a la verdad”. 

Esta imagen de La Habana es sólo una muestra mínima de las sorpresas que pueden encontrarse en este libro de Teresa de la Parra publicado ahora en Cuba, sorpresas que nos invitan a seguir intimando con esta mujer de vida breve y escritura eficaz. 

Fuente: http://www.cubaliteraria.cu/revista/laletradelescriba/n51/articulo-9.1.html

lunes, 13 de abril de 2015

Parra, Teresa de la (1889-1936).




Una de las más importantes escritoras venezolanas. Nació en París en 1889 y murió en Madrid, el 23 de abril de 1936. Hija de Rafael Parra Hernáiz, Cónsul de Venezuela en Berlín y de Isabel Sanojo Ezpelosín.

En 1891 regresa, junto a su familia, a Venezuela y pasa una temporada en la hacienda de caña Tazón, hasta la muerte de su padre. Su familia, madre y hermanos, viajan a España y viven en Valencia en casa de unos familiares maternos.

En 1902, Teresa de la Parra es inscrita en el Colegio internado de religiosas "Sagrado Corazón", de Valencia, España, donde inicia sus estudios de primaria. En 1908, publica sus primeros versos en el Boletín de la Escuela. Estos versos le merecieron su primer premio escolar.

En 1909 regresa a Caracas. Pasa una temporada en casa de la familia Reyes de Sucre. Es su primer contacto con una Caracas apacible y semicolonial, que muy probablemente influyeron en su posterior novela Ifigenia.

En 1915 aparecen publicados en El Universal, bajo el seudónimo de Frufrú, sus primeros cuentos. Son de este época: Un evangelio indio: Buda y la leprosa; Flor de loto: una leyenda japonesa; El ermitaño y el reloj; El genio del pesacartas e Historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol. Cinco años después, en 1920, la revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos, publica su Diario de una caraqueña por el lejano oriente, una novela corta escrita por Teresa a través de las cartas que su hermana María le enviara de sus viajes.

En 1922, con su cuento Mamá X, gana el Premio Extraordinario en el concurso El Cuento Nacional, del periódico El Luchador de Ciudad Bolívar. Posteriormente este cuento fue integrado a su: Diario de una señorita se fastidiaba. En 1922, la revista La lectura semanal, dirigida por José Rafael Pocaterra, publica dicho diario.

En 1923 regresa a París y establece importantes relaciones con diplomáticos y escritores latinoamericanos como: Simón Barceló, Zérega Fombona, Ventura García Calderón y Gonzalo Zaldumbide, entre otros.

Al año siguiente, 1924, muere su gran amiga Emilia Ibarra de Barrios Parejo, y Teresa cae en una gran depresión. En ese mismo año aparece la primera edición en español de su novela Ifigenia, y gana con esta publicación el Premio Anual de la Casa Editora Franco-Ibero-Americana de París.

En 1926, aparece la primera edición en francés de Journal d'une demoiselle qui s'ennuie, con prólogo de Francis de Miomandre, publicada por la colección Les Amis d'Edouard de París y empieza a escribir su segunda novela Las Memoria de Mamá Blanca.

En 1927, prepara la segunda edición, corregida y ampliada de Ifigenia. Fue invitada al Congreso de la Prensa Latina en La Habana, Cuba. Dos años después, apareció sus Memorias de Mamá Blanca, en español y francés. Ese mismo año se solidifica su profunda amistad con la escritora cubana Lydia Cabrera y viaja por Italia en su compañía.

En 1930, invitada a Colombia, dictó sus tres conferencias tituladas: La importancia de la mujer en la formación del alma americana. Posteriormente en 1961, Arturo Uslar Pietri publicó estas conferencias bajo el título: Tres conferencias inéditas.

En 1931, inició su proyecto de escribir una biografía sobre Bolívar. También en este año comienzan los síntomas de su enfermedad. Al año siguiente se le diagnóstica una lesión pulmonar, y cae en una profunda depresión. Los años siguientes transcurrieron entre mejorías y decaídas de la enfermedad y se dedica única y exclusivamente a la escritura de su diario.

En 1936 se interna en un sanatorio para tuberculosos en la Sierra de Guadarrama, Fuenfría, España. Regresa a Madrid y muere en esa ciudad el 23 de abril, en compañía de su madre y de Lydia Cabrera.

En 1947 sus restos son trasladados a Caracas y reposan en el Panteón de la familia Parra Sanojo.

En los Noventa Años de Ifigenia, Teresa de la Parra




Por: Roberto Lovera De-Sola

Vida

Como todos sabemos Ana Teresa Parra Sanojo, el verdadero nombre de Teresa de la Parra, nació en París, hija de padres venezolanos, el 5 de octubre de 1889. Junto a sus progenitores, Rafael Parra Hernaiz e Isabel Sanojo Ezpelosin pasó casi toda su infancia en una hacienda de caña cercana a Caracas, hecho que ella evocaría en su segunda novela. El 24 de diciembre de 1898, cuando Teresa tenía nueve años murió su papá, como ella misma lo consigna en una carta. Inmediatamente toda la familia se trasladó a España. Allí, en un colegio situado en un pueblo cercano a Valencia, en el levante español, Teresa y sus hermanas hicieron su formación escolar.

En 1907 regresó a Venezuela. Vivió en Caracas. Pasó largas temporadas en el campo. Fue para ella época de numerosas lecturas. Es en ese tiempo en el cual afinó su cultura y se formó como escritora. De 1915 datan sus primeros escritos publicados en el diario El Universal y otros periódicos caraqueños, el primero de los cuales fue su cuento “El genio del Pesacartas”(1915).

En 1915 viajó a París. Vuelta a la patria, en 1916, le fue asignada una pensión como nieta que fue del jurista Luis Sanojo(1819-1878), padre de la jurisprudencia venezolana, hombre de grandes méritos, enterrado en el Panteón Nacional(1978).

Entre 1916-1922 la escritora desarrolló su vocación al escribir su primera novela. Lo hizo en Macuto, bajo los árboles de la casa de los Guzmán. Una vez terminada la corrección tres de sus grandes confidentes escucharon la lectura de lo escrito. Fueron Rafael Carias, sin duda su primer amigo, su querida protectora Emilia Ibarra de Barrios Parejo y Carmen Elena de Las Casas(1900-1976), considerada en su tiempo la mujer más bella de Caracas, quien es muy posible que haya sido el modelo para la creación de María Eugenia Alonso, como lo repiten viejas voces caraqueñas.

En 1922 terminado el libro dio a conocer dos fragmentos del mismo. Aparecieron dos largos pedazos de su gran novela editados en folletos. El primero, capítulo II de la Segunda parte del libro que había ya redactado, apareció el 4 de junio de ese año, es el Diario de una señorita que se fastidia(1922). Con este escrito nació Teresa de la Parra, su seudónimo, a la vida literaria. En el ofrecimiento del Diario de una señorita que se fastidia, que era el título original de la novela, José Rafael Pocaterra(1889-1955) saludó el surgimiento de la nueva creadora e insinuó también el camino para la literatura femenina entre nosotros. Al año siguiente se publicó otro trozo en el folleto La Mamá X(1923), para nosotros su mejor cuento.

En 1924, con la novela escrita, Teresa pasó a Europa. Sólo regresaría en dos oportunidades a Venezuela. Viviría desde entonces en el Viejo Mundo. Ese mismo año fue publicada Ifigenia(1924) en París. El general Juan Vicente Gómez(1857-1935) pagó el costo de la edición. Teresa se lo agradeció en una carta.

También en Caracas, aquel mismo año, falleció Emilia Ibarra de Barrios(1924). Le dejó todos sus bienes. Esto aseguró a Teresa la seguridad económica que tuvo de por vida. A recibir el legado de Emilia, a quien dedicó los dos libros que publicó en vida, vino Teresa a Caracas. Fueron aquellos también los tiempos de su relación(1924-1925) con el escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide(1885-1965), trato que más tarde se transformó en un “apacible aprecio”(Obra,t.II,p.28) como lo dijo Teresa. El final de aquella relación debió dolerle mucho a ella ya que escribió a Carías(agosto 21, 1925), “Nada de instalaciones, ni de matrimonio; a correr, a errar, hasta que me rinda el cansancio y vuelva quizá a escribir”(Obra,t.II, p.203). En el otoño de su vida confesó Zaldumbide a Ramón Díaz Sánchez(1903-1968): "Teresa fue la mujer que mas profundamente he amado yo en mi vida. Su recuerdo no tiene en mi memoria sombra alguna que la empañe o la altere. Su vida es la mas diáfana a mis ojos. Su bondad fue infinita y su inteligencia tal, que todo lo perdonaba porque todo lo comprendía”.

A poco de su paso por Caracas, en 1924, retornó a Francia pasando luego a Suiza país en el cual se entregó a la escritura de su segunda novela. En 1927, en el cual también hizo un viaje a España, terminó Las memorias de Mamá Blanca(1929) las cuales fueron publicadas dos años mas tarde, también en París.

En 1928 vino a Caracas y pasó por La Habana en donde conoció a la escritora Lydia Cabrera(1899-1991) quien sería su amiga más íntima desde ese año. En los brazos de Lydia moriría ocho años mas tarde, a ella dejó como legado de aquella más que amistad un anillo, que Lidia conservó por siempre, a todo lo largo de su vivir, que la llevó a pasar los noventa años.

A fines de 1929 Teresa fue invitada por un grupo de intelectuales colombianos para que se trasladará a ese país y dictará un ciclo de conferencias. Así lo hizo ella. De allí surgió su tercer libro, Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, serie de tres charlas pronunciadas en Bogotá y otras ciudades colombianas en 1930, estas se publicaron por vez primera treinta y dos años después de haber sido redactadas como Tres conferencias inéditas(1961). Para ir a Bogotá pasó aquel año Teresa de París a La Habana más tarde se dirigió a Panamá y a los Estados Unidos antes de regresar al país galo. No pudo venir aquel año a Venezuela. Ya no volvería más.

Fue durante el periplo del año treinta cuando le vino la idea, que de haberse realizado hubiera sido su cuarto libro: concebir una Vida sentimental de Simón Bolívar, cuyos rasgos fundamentales había esbozado en el tercero de sus coloquios bogotanos. Para hacerlo se dirigió a Vicente Lecuna(1870-1954), la primera autoridad bolivariana de la época. Del 18 de mayo de 1930 data su primera misiva a Lecuna(Obra,t.II,p.260). En estas epístolas, que fueron numerosas, ella dejó trazada las grandes líneas de lo que hubiera sido la obra que se proponía hacer.

Pero el destino se interpuso. En 1932 se fue diagnosticada la tuberculosis, una enfermedad mortal para la época. El 23 de febrero de 1932 ya estaba hospitalizada en el sanatorio de Leysin en Suiza(Obra,t.II,p.135). Estuvo recluida hasta principios de 1935 cuando desesperada dejó la clínica y se fue, ella lo sabía, ella misma lo había escrito antes en una sus cartas, a buscar la muerte.

El 11 de enero de 1935 estaba en París. El 13 de abril en Madrid. El 15 de mayo se hospitalizó en el sanatorio de “Fuenfría”. El 16 de agosto estaba otra vez en Madrid. En su Diario escribió: ”la salida de Fuenfría ha sido quizá mi sentencia de muerte”(Obra,t.II, p.181). El 2 de enero de 1936 está en Madrid. El 2 de febrero consignó la última anotación en su Diario. El jueves 23 de abril a las once y veinte y cinco de la mañana murió en Madrid. En 1947 sus restos fueron trasladados a su patria. En su entierro en Caracas un grupo de mujeres, que habían recibido el mensaje feminista implícito en sus escritos, pidió permiso para cargar la urna. Les fue negado. Las mujeres no hacían eso, se les dijo. Desde el 7 de noviembre de 1989 sus cenizas fueron llevadas al Panteón Nacional. Ese día si fue posible que una mujer, la poeta Velia Bosch(1935) hiciera el elogio del significado de su existir. Una de las mujeres que quiso cargar su féretro en los años cuarenta, anciana y enferma, vio por televisión el acto y lloró de emoción ante la singular apoteosis de aquella creadora de la verdad, del bien y de la belleza.

Ifigenia
El tiempo, los estudios críticos han señalado el valor de la obra de Teresa de la Parra. Nunca se le ha dejado de leer, nunca se han dejado de examinar sus escritos con detalle. Se han publicado sus escritos inéditos: como sus conferencias en Bogotá, partes de su epistolario, las anotaciones de su Diario.

Las indagaciones que le han dedicado Ramón Díaz Sanchez, Victor Fuenmayor(1940) y Velia Bosch han permitido ir examinando sus textos con detalle, han iluminado su proyecto creador. Se ha podido así buscar lo que estaba escondido o aquello que pasó inadvertido a los estuidosos de otras épocas. El tiempo transcurrido, el hecho que se hayan apagado ciertas polémicas provincianas en torno al su personalidad ha permitido mirarla con mayor hondura. Verla como uno de los creadores esenciales de la literatura venezolana, examinarla no dentro de los limitados moldes de la llamada “literatura femenina” sino como la creadora de ficciones que señaló un camino, dejó una huella.

Para conocer, para comprender, a Teresa nos basta leer Ifigenia y Las memorias de Mamá Blanca. Para hacerse una idea exacta de su aventura intelectual es preciso conocer la obra anterior a 1924 porque sino Ifigenia sería inexplicable y luego proseguir con cuanto escribe hasta su deceso.

La lectura intergral del universo teresiano descubre aquello que “permanecía entrer líneas en la obra de Teresa, como escribió Velia Bosch, ya que como ella misma ha demostrado una perenne búsqueda de estilo caracterizó su obra creadora.

Una lectura de Ifigenia ha sido propuesta por Velia Bosch al analizar la estructura de la novela. Para esta autora la clave de la novela está en el hecho de ser una tragicomedia. Lisandro Alvarado(1858-1929) señala, había aplicado el término a Ifigenia pero peyorativamente. Explica la Bosch que lo “cierto es que el término me ha sugerido una clave de interpretación de la novela, pues me parece que por mismo camino del Siglo de Oro español puede encontrarse una especie de clave secreta que permite releer la obra no exclusivamente por la vía del símbolo que propone su título, sino por empatía, Celestina-Mercedes Galindo, o bien, María Eugenia Alonso-Melibea, para así llegar más exactamente a descifrar la contradicción existente dentro de esta Malibea criolla de educación parisina y refinamientos burgueses, menos sensual que la amante de Calixto, pero con un concepto del amor tan humano como divino”. Llegó la Bosch por esta vía al descubir la similitud entre la definición del amor que da Fernando de Rojas(1465-1541) en La celestina(1499) y el concepto que se halla en Ifigenia. En la obra española se dice que el amor

“Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitosa dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte”

mientras que en Ifigenia se lee

“¡es esta braza siempre chispeante y encendida, es esta quemadura dolorosa y ardiente, que me hace sentir el dolor terrible de la carne y me pone con ansia y con infinita nostalgia, en el dulce silencio de la nada!”(Obra,t.I,p.219).

Para demostrar su hipótesis Velia Bosch propone un esquema divido en siete momentos por los cuales pasa María Eugenia, la protagonista de Ifigenia, hasta consumar su sacrificio, ya que el personaje de la novela de la Parra decide a la larga renunciar al amor. La autora citada se hincapié en el significado que en tal proceso juegan el tío Pancho y Mercedes Galindo.

Las Memorias de Mamá Blanca
Sobre Las memorias de Mama Blanca se han presentado diversas interpretaciones las cuales han contribuido a oscurecer la interpretación de esta obra que es el libro de la madurez de Teresa. Para algunos interpretes Las memorias de Mama Blanca son sencillamente una autobiografóa novelada, otros le han negado su condición de novela. Velia Bosch en el análisis que realiza en torno a esta obra encuentra en ellas una estructura sinfónica. El uso del encabalgamiento en los finales y comienzos de la mayoría de los capítulos “anuncia que no hay un corte en ellos sino que mas bien hay un fluir, una cadencia que los relaciona en función de la unidad de la obra”. Con esta observación esclarece un punto que estaba confuso entre los exégetas de la Parra y concede a Las memorias de mama Blanca la condición de novela que ellas poseen.

¿Autobiógrafa?
Otro de los puntos turbios en el universo teresiano que la crítica ha aclarado es el relativo a lo autobiográfico en las narraciones de Teresa. Ha sido Víctor Fuenmayor quien ha descifrado el endriago. Fuenmayor ha iluminado este aspecto sustantivo en la invención teresiana. Para ello el crítico zuliano utilizando los métodos de la psicocrítica, la cual se nutre del psicoanálisis, logra descifrar en la escritura de Teresa “quién dobla la voz del poeta”. Aclara así Fuenmayor cuál es el “discurso de la voz doblada” en las obras de la Parra, busca cuál es el lugar donde no se es más yo, donde el ser se disgrega y el discurso no es sino el espacio donde podemos ser y no ser al mismo tiempo”.

Víctor Fuenmayor explica que Teresa trató de rescatar mediante su escritura” otras “voces”. En Ifigenia fue la palabra de una amiga; en Las memorias de mama Blanca la de una abuela. Esas dos personas le sirvieron a nuestra narradora para cobijarse y hacer florecer su palabra de escritora. Ambas fueron consideradas por ella como sus lectoras ideales.

Y es precisamente la psicocrítica la que ayuda al lector a poder saber, con exactitud, quiés son los verdaderos emitentes de un texto literario. La sociología, por su parte, facilita la comprensión de las destinatarias. Es así como Fuenmayor encuentra que Teresa de la Parra no fue una escritora autobiográfica, pues ni María Eugenia ni Mamá Blanca fueron Teresa de la Parra. Lo que en verdad realizó la autora de estas ficicones, con plena conciencia de lo que es el acto de escribir, fue convertir en fórmulas literarias las historias recibidas de otras personas. Teresa de la Parra fue auténticamente una inventora de realidades. Y en la segunda persona, que utilizó mucho, compendió a las destinatarias de sus palabras.

Hay otro hecho en el cual repara Fuenmayor: el yo de la narración no coincide con el yo del escritor en las obras de la Parra, ya que los creadores no escriben siempre sobre sí mismos, muchas veces lo que hacen es expresar a los demás, ser los traductores de los que los otros sienten y no pueden expresar porque no saben escribir. El tono de confidencia de Ifigenia y de Las memorias de mama Blanca ha confundido a la mayoría de los intérpretes de la obra de Teresa. Ella compuso sus libros sobre los dictados de las verdaderas voces de su escritura y actuó en ellas como un auténtico creador.

Para llegar al meollo de esta espinosa cuestión Fuenmayor se refiere al proceso de la creación encontrando en Teresa, en sus cartas y en sus confidencias bogotanas, como ella destruyó la ideal de la posible equivalencia entre su yo novelesco y su persona(Obra,t.II,p.17-18). Su yo confesional fue literario y no existencial. No se puede, según Fuenmayor, seguir sosteniendo ante la Parra la idea del realismo de la persona gramatical, ya que esto es una convención literaria. En torno a esto ha pervivido más de una conseja que Fuenmayor aclara, como aquella según la cual a literatura confesional es preferentemente femenina.

También Velia Bosch reparó en este punto al señalar que Teresa creó un mundo de ficción autónomo mediante la utilización del símil con el cual “un creador puede ordenar el caos de las cosas que se agolpan en su memoria”.

Velia Bosch también ha llamado la atención en torno a la modernidad de la obra de Teresa de la Parra, su comprensión del mundo hispanoamericano. Mediante Vicente Cochocho, el inolvidable enano de Las memorias de mama Blanca, quizá el personaje más entrañable de toda la literatura venezolana. A través de Vicente Teresa expresó su búsqueda de una literatura que nos definiera a nosotros mismos, desde nuestra propia realidad, a partir de nuestro especial entorno. Fue a través de esa conciencia latinoamericana que pudo la Parra revelar nuestro específico mundo y estar presente como artista en los problemas que la rodearon en su tiempo.

La Lengua Viva
Durante mucho tiempo por el hecho de haber analizado los escritos de nuestra Teresa a partir de los autobiográfico se dejó de lado el estudio de su universo novelesco y de la lengua en sus obras. Este es otro de los aspectos en el cual Velia Bosch ha ofrecido una exploración sugestiva. En su libro nos ofrece un menudo análisis de las formas como la Parra utilizó el lenguaje coloquial. Para mostrarnos este sustrato nos ofreció el examen de la atmósfera de la palabra en los libros de Teresa, deteniéndose en los diversos usos: el diminutivo, las expresiones figuradas, los prefijos, las partículas reiterativas, las fórmulas de asombro, cortesía y asentimiento, las muletillas. De allí que pueda concluir que las formas coloquiales se encuentran ”tanto en el habla de los personajes como en el discurso del narrador” y enfatice que es la comprensión del universo verbal el que nos permite entender las diversas aristas de la escritura teresiana.

Reflexiones Mujeriles
Nos hemos asomado, en los perfiles femeninos que hemos venido escribiendo, a las maneras de ser, a aquello que singulariza a numerosas mujeres a través de cuyas vidas podemos conocer el gran cambio operado en ellas al menos desde comienzos del siglo XX. Mutación que desde muy atrás venían proponiendo las mujeres a través de los siglos. Tan atrás que está aquello planteado que la primera gran pintora de la historia de las artes universales, la italiana Artemisia Gentileschi(1593-1653), quien siempre sin llevar una vida independiente, cosa imposible en su época, pleno Barroco, dejó plasmado en sus cuadros la violación de la cual fue objeto cuando tenía diez y nueve años. Dentro de sus cuadros se destacan la serie de composiciones sobre Judith y Holofernes en los cuales una mujer, en la historia bíblica, decapita a un hombre para hacerle justicia a su pueblo(Judit, XII,6-10). A través de la pintura de dicho retrato la intensa Artemisia representó el acto de hacer justicia por el mal que le había infligido su violador en su primera juventud. Siglos más tarde nació el feminismo, gracias a la inglesa Mary Wolllstonecraft(1759-1797) por su Vindicación de los derechos de la mujer(1792). Movimiento que se desarrolló desde la celebración de la Conferencia Femenina de Seneca Falss, Nueva York(julio 19-20,1848), la primera reunión en que se pidieron los derechos de la mujer, hizo este coloquio una importante declaración. Ello, continuó, obteniendo el voto para las mujeres, por lo que se llamó sufragistas a sus dirigentes. Ello con su gran desarrollo contemporáneo, cuyo gran hito fue la publicación, en 1949, de El segundo sexo, de la francesa Simones de Beauvoir(1906-1986), ya que fue el primer volumen en que se examinó la condición de la mujer en todos sus polos. Ha sido llamado con razón la biblia del feminismo.

Por esta misma razón queremos asomarnos ahora a una mujer venezolana, Teresa de la Parra, y mirar dentro de ella un aspecto de la vida y de su escribir en el cual poco se han fijado sus estudiosos: la forma como dejó consignado en sus obras sus preocupaciones de mujer, la forma como miró el devenir de las mujeres de su tiempo, en el cual nuevos cambios se estaban dando en su conducta, precisamente en aquellos tiempos de la primera postguerra(1918-1939).

En su primer libro, su novela Ifigenia(1924), Teresa de la Parra nos mostró la historia de una muchacha caraqueña la cual por falta de rebeldía no pudo romper con los prejuicios de su época, pese a desearlo. Aquella fue la primera historia de amor de la literatura venezolana. Historia de amor frustrado. Y esto porque ninguno de los hombres que aparecen en la vida de María Eugenia Alonso, la protagonista de la narración, podían darle felicidad ni ayudarla a realizarse existencialmente. Esto no lo podía recibir de Gabriel Olmedo, quien fue su amor súbito, porque este sólo pensaba en conquistarla. Ni menos podía recibirlo de Cesar Leal, con quien decide casarse, el buen partido que se decía entonces, porque este sólo pensaba en mandar sobre ella y sobre sus modos de ser. Para nada ninguno de los dos, ni Olmedo ni Leal, la tenían en cuenta por si misma, en sus necesidades, en sus deseos, en sus sueños.

Pero en Ifigenia si bien nos muestra la realidad que vivía la mujer en aquellos años veinte, traza también, en las entre líneas de su ficción, el sendero que deberá escoger la mujer para ser independiente. Por ello encontramos en su novela aquello que según su pensamiento debería ser una mujer: “una persona independiente, más o menos dueña de su cuerpo y de sus actos”(Obra, t.I, p.35). Por ello criticaba las diatribas que San Jerónimo(347-420 dC) dijo contra las mujeres; por ello escribía “desde el templo interior de mi sensibilidad”(Obra,t.I,p.55). Por ello creía que la mujer debía ser distinta a como lo era en aquellos días, a como era considerada en aquellas horas, por ello se angustiaba ante la perspectiva según la cual “ser mujer es lo mismo que ser canario o jilguero. Te encierran en una jaula, te cuidan, te dan de comer y no te dejan salir; mientras los demás andan alegres y volando por todas partes. ¡Qué horror es ser mujer!”(Obra,t.I, p.96). Por ello María Eugenia decía “A lo único que aspiro hoy por hoy es gozar de mi propia personalidad, es decir, a ser independiente como un hombre y a que no me mande nadie”(Obra,t.I, p.97). Por ello también llamada la atención en los endriagos en los cuales podía caer “la inocencia de las señoritas casaderas”(Obra, t.I,p.132), consideraba que la inocencia, la falta de información en las muchachas de aquellos días, era ”un azote, un abuso y un arbitrariedad”(Obra,t.I,p.133) quienes no podían darse cuenta que lo que tenía adelante era “la tapia espesísima de lo misterioso y lo prohibido”(Obra,t.I, p.133) lo cual las llevada a la frustración porque “en primer lugar, siembra de misterios la vida... desorienta horriblemente; se ven las cosas desde un punto de vista falso; prepara sorpresas que pueden ser desagradables, y la creo en general, un lazo, una venda, y una trampa, usada por los demás para poder organizar más fácilmente nuestra vida según sus antojos y caprichos. La inocencia es una ciega, sorda y paralítica, a quien la imbecilidad humana ha coronado de rosas”(Obra,t.I, p.132). Y protesta contra lo que llaman “ser intachable”, única virtud para ser elegidas por los hombres(Obra,t.I, p.79-80). Y sabiendo que las mujeres nacimos, dice, “para el perdón”(Obra, t.I, p.72) critica que ellas vivan en el “presidio de esta casa virtuosa y severa”(Obra,t.I, p.322) como llama a la suya; por ello se duele de la falta de tacto de los hombres para con las mujeres(Obra, t.I, p.40), mira su futuro matrimonio como el “próximo despotismo, deformando la belleza frágil de mi cuerpo, pisoteando inconsciente y cruel las ansias infinitas de mi espíritu, tristemente dueño, e irremediablemente verdugo de toda mi existencia”(Obra,t.I,p.354).

Por ello ante aquel cuadro que traza siente admiración por las hermanas Aristeguieta quienes actuaron por si mismas, quienes “se divirtieron muchísimo”(Obra,t.I,p.155) durante los días de la emancipación, quienes fueron, como dice Teresa en una carta, “lindas, coquetas... burlonas...e inquietísimas”(Obra,t.II, p.219). En verdad varias de ellas, llamadas en su tiempo “las nueve musas” por su especial belleza, se contaron entre las primeras mujeres que se divorciaron de sus maridos en nuestro país. En su tiempo acudiendo a la separación eclesiástica. Por ello también María Eugenia elogia el divorcio(Obra,t.I, p.148), a las sufragistas inglesas(Obra,t.I, p.96), quienes fueron las primeras mujeres en luchar por sus derechos en nuestro siglo, por ello mira con buenos ojos, en la misma página, a las feministas; por ello comprende que la belleza femenina tiene sus fueros propios(Obra,t.I, p.96 y 156). Por todo esto fue que años mas tarde, en 1933 en una misiva, Teresa se inquietaba por “el abismo entre las mujeres y los hombres de nuestras tierras”(Obra,t.II, p.289), con lo cual se anticipada con su reflexión a lo que sería un hecho claro medio siglo más tarde, el conflicto no resuelto entre los hombres y mujeres entre nosotros.

Pero en donde Teresa expresó sus convicciones feministas de forma amplia y clara fue en su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, su tercer libro, redactado en 1929, el cual no alcanzó a ser publicado hasta 1961 como Tres conferencias inéditas, que nosotros citamos desde las páginas de su Obra escogida. Allí habló diáfanamente, al leerlo como charlas dictadas en Bogotá, en 1930, en contra de la sumisión femenina. “La crisis por la cual atraviesan hoy las mujeres no se cura predicando la sumisión”(Obra,t.II,p.18) señaló allí, ya que le inquietaban mucho, como dijo mas tarde en una epístola, “esa tristeza de las mujeres que no han vivido ni sospechan lo que es la vida”(Obra,t.II, p.262). Por ello también indicó “La vida actual...no respeta puertas cerradas...Para que la mujer sea fuerte, sana y verdaderamente limpia de hipocresía, no se la debe sojuzgar frente a la nueva vida, al contrario, debe ser libre ante sí misma, consciente de los peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque sea madre de familia, e independiente pecuniariamente por su trabajo y su colaboración junto al hombre, ni dueño, ni enemigo, ni candidato explotable sino compañero y amigo. El trabajo no excluye el misticismo, ni aparta de los deberes sagrados, al contrario es una disciplina más que purifica y fortalece el espíritu. Pero misticismo, sumisión y pasividad impuestos por la fuerza, porque si, por inercia de la costumbre, produce peligrosas reacciones silenciosas, despierta el odio a la cadena, que en otro tiempo era buena, y agria las almas que en su apariencia de paz tomando donde pueden sus represalias, acaban de hacerse sepulcros blanqueados. Los verdaderos enemigos de la virtud femenina no son los peligros a que pueda exponerla una actividad sana, no son los libros, ni las universidades, ni los laboratorios, ni las oficinas, ni los hospitales, es: la frivolidad, es el vacío mariposeo mundano con que la niña casadera, o la señora mal casada, educadas a la antigua y enfermas ya de escepticismo, tratan de distraer una actividad, que encauzada hacia el estudio y el trabajo, podría haber sido mil veces noble y santa...Hablo del trabajo con preparación, en carreras, empleos o especializaciones adecuadas a las mujeres y remuneración justa, según las aptitudes y la obra realizada”(t.II, p.18-19).

Pese a aquellas consideraciones confesó aquel día “Mi feminismo es moderado”(t.II,p.19). Y tenía razón para sus días. En 1930 todavía a estabamos lejos de los planteamientos que haría Simone de Beauvoir(1908-1986) y de las reflexiones que trazarían las grandes feministas norteamericanas en los años sesenta, en obras como La mística de la feminidad(1963) de Betty Friedan o Política sexual(1970) de Kate Millett, pronuciamientos impulsores las tres del gran cambio femenino que constituirían una de las grandes transformaciones de nuestra época. Teresa, aquel 30 de mayo de 1930, con mucha anticipación, consideraba que era un hecho delicado “el de los nuevos derechos que la mujer moderna debe adquirir, no por revolución brusca y destructora, sino por evolución noble que conquista educando y aprovechando las fuerzas del pasado”(Obra,t.II,p.19).

Por ello aquel día miró especialmente los vivires de dos mujeres latinoamericanas sobresalientes: la tragedia de la poeta uruguaya Delmira Agustini(1886-1914) y el vivir constructivo de la chilena Gabriel Mistral(1889-1914). Las dos pertenecían a la misma generación intelectual que Teresa. En Delmira miró su gran drama vital: ella se casó con un “dueño vulgar y despótico” (Obra, t.II,p.21), quien, por querer Delmira divorciarse de él, la asesinó en vez de darle su libertad. Al describir el drama de Delmira Teresa dejó trazado su propia concepción como mujer: quizá nunca se casó para no ser dominada, para pertenecer plenamente así misma. En cambio para ella la gran Gabriela representaba aquello a lo que debían aspirar las mujeres “trabaja casi desde niña...y ahí va por el mundo, sufriendo y luchando en su obra de apóstol, socialista, católica, defensora de la libertad y del espíritu noble de la raza”(Obra,t.II,p.21). Para Teresa Gabriela representada el “feminismo justo y ya indispensable”(Obra,t.II,p.21).

Pero a Teresa le gustaba explorar el universo de las mujeres del pasado, tratar de entender la “la influencia oculta y feliz que ejercieron las mujeres durante la Conquista, la Colonia y la Independencia” (Obra,t.II,p.19). Y esto porque siempre se sintió tentada en explorar el testimonio de la “abnegación femenina en nuestro países”(Obra,t.II,p.19). Y esto porque quizá Teresa se sentía más cerca de las abnegadas que de las liberadas. Por ello miró en su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana a “las dolorosas crucificadas” que fueron las mujeres durante la conquista; a las “místicas y...soñadoras” de la colonia y a las “inspiradoras y... realizadoras” de la emancipación. Y esto lo hacía porque las mujeres no podían ser puestas de lado en la sociedad, ”Excluidas las mujeres se ha cortado uno de los hilos conductores de la vida”(Obra,t.II, p.30). Por ello supo mirar a las monjas coloniales: las únicas mujeres de su tiempo que escogieron su destino por si mismas. Y esto porque las solteras dependían del padre o del hermano y las casadas del marido. Por ello Teresa elogia tan hondamente la rebeldía de Manuelita Saenz(1795-1856), quien “Personal y rebelde se fabricó ella misma un código de moral y dentro de él fue consecuente y fiel hasta la muerte”(Obra,t.II,p.78).

Y en ese misticismo femenino, del que habló en Bogotá, se sumergió Teresa poco a poco, a partir de 1931, cuando comenzó a leer obras espiritualistas (Obra,t.II, p.280) como lo confesó en una carta. Y esto porque se convenció que “son los viajes de la vida interior los que pueden curarnos”(Obra,t.II,p.129). Fue dentro del misticismo donde se encontró así misma, como lo relatan muchas de sus misivas de sus últimos años. Fue esta conciencia la que le llevó a aceptar la enfermedad mortal que la aquejaba “Sé de antemano que esta enfermedad es pérfida, sé como se engaña a los enfermos...desde el principio he estado de acuerdo con todo cuanto puede venir: el dolor, la muerte, la salud”(Obra,t.II,p.138). Fue esta convicción la que le llevó al “estado de gracia” en que la encontró Juan Ramón Jimenez(1881-1958) en los días finales de su vida. Fue en aquellos tiempos cuando deseó volver al trópico(t.II,p.295) en donde estaba la esencia de lo que había escrito, venir a comer una “poquita de tierra”.

Lo Sentido en el Alma

Se ha creído erróneamente que cuando Teresa dejó de investigar para su proyecto de la Vida sentimental de Simón Bolívar, ya diagnosticada la enfermedad que padeció, dejó de escribir. Ello no fue así, de hecho siguió escribiéndo, siempre expresando a través de un extenso epistolario. Escribi´hasta días antes de su deceso. Además de las cartas, a partir de 1935, cuando dejó el sanatorio, escribió su Diario, cuya última anotación hizo el 31 de enero de 1936.

Para escribir esta parte de este análisis hemos podido releer pacientemente todos los escritos de Teresa de la Parra y hemos encontrado un hecho: todavía hay un aspecto en su vida que espera una detallada interpretación. Esa indagación nos hará llegar a la médula de la expresión espiritual de nuestra escritora, a su conquista del espíritu, lo cual es según Ramón Díaz Sánchez(1903-1968) “el interrogante que parece guiar a nuestra escritora desde los días de su adolescencia hasta las horas blancas y atormentadas del Sanatorio”.

Ese proceso puede quizá rastrearse desde la juventud de Teresa. Decimos quizás por el hecho de que no cuenta aún el crítico con elementos anteriores a 1929, año en que se inicia su correspondencia sobre el particular con sus amigos el caraqueño Rafael Carias y el colombiano Luis Zea Uribe.

Hemos escrito que este particular desarrollo se puede percibir a partir de 1930. ¿Venía de atrás? Seguramente, pero no tenemos en qué basarnos para afirmarlo.

Cuando Teresa regresó a Europa a fines de 1929 ya había publicado sus dos libros mayores, Ifigenia(1924) y Memorias de mamá Blanca(1929), y pronunciado sus conferencias en Bogotá, las cuales tituló Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, las cuales leyó ese año aunque fueron publicadas muchos años después bajo el título poco llamativo de Tres conferencias inéditas, estas constituyen su tercer libro y es además la primera obra del feminismo venezolano, sobre todo por las reflexiones que sobre la nueva situación de la mujer tejió Teresa en las páginas iniciales de tan fascinante ensayo.

Ese proceso íntimo de Teresa se va precipitando poco a poco. En aquellos años ella trabaja en una idea: escribir un libro sobre la vida amorosa de Bolívar. Como consecuencia de esto, escribió numerosas cartas a Vicente Lecuna(1870-1954). Pero un día dejó de lado el proyecto y comeenzó a leer ciertas obras religiosas orientales. Pocos meses después se desató la enfermedad. Ya en 1931 está interna en el Sanatorio de Leysin y desde allí escribe las primeras cartas a tener en cuenta sobre el tema que nos ocupa (el 23 de febrero a Carias, el 3 de abril a Zea Uribe). De allí en adelante sus búsquedas se intensifican. Aceptó la enfermedad que sabe la llevará a la tumba. La acepta tan plenamente que un día escribe que está dispuesta a recibir lo que venga: “el dolor, la muerte, la salud”(Obra,t.II,p.138), no puede ser más clara consigo misma. La enfermedad la purifica y le permite reordenar su interior y mezclar su cosmovisíón cristiana del mundo, la cual nunca abandonó, con otras búsquedas que también la satisfacen. Fue así que Teresa pudo llegar al añorado estado de gracia que fue como la vieron Gabriela Mistral(1889-1957) y Juan Ramón Jiménez(1881-1958) en los meses finales de su vida, pasada siempre al lado de su entrañable Lydia Cabrera(1900-1991), la notable escritora cubana.
Ahora bien interpretar esto no es asunto fácil. Primero porque poco o nada tiene que ver con sus obras. Es éste un periplo personal. No hay nada que buscar en sus libros, pues ella no usó sus obras para sus búsquedas espirituales y religiosas, como sí lo hizo, por ejemplo, D. H. Lawrence(1885-1930) en algunos de sus libros. Fue esa una peripecia íntima, expresada en su correspondencia, la que le llevó a desprenderse de todo lo accesorio: a vivir una intensa vida interior, a reencontrarse con lo criollo, que fue la esencia de sus escribir e imaginar, y a desdeñar lo mundano.

A través de su correspondencia conocida, es posible que haya muchas cartas más que nunca se han publicado como las que escribió, antes de enfermarse, a Emilia Barrios, Lydia Cabrera(1899-1991), Gonzalo Zaldumbide(1884-1965), Francisco Rivas Vicuña(1880-1937), la historia de su relación sentimental con él, la hizo desaparecer la inquisición familiar. Será pues a través de sus cartas que el estudio de este drama final de la vida de Teresa podrá seguir los rasgos de su lucha interior.

Su Elección Sexual
Junto con estas actitudes de Teresa está también un problema en que apenas ha reparado la crítica en torno a ella. Se trata de dos hechos: su actitud ante el amor y las alternativas de su vocación literaria.

Sobre lo primero pese a que mucho se ha escrito no se ha llegado a la médula del problema, pues todos que querido ver amor y vocación por la palabra como dos hechos aislados, yuxtapuestos, cuando constituyen uno solo porque una sola es la persona que los vivió.

Algunos, como Ramón Díaz Sánchez(1903-1968), en su obra citada antes, señalan que a Teresa le faltó vivir más, que “careció de experiencia vital” (p. 24), que tuvo “una actitud mojigata ante el amor y que éste, en fin de cuentas, nunca se reveló ante ella. Dice Díaz Sánchez que Teresa fue una enamorada del amor y persona de una “obstinada desconfianza en el matrimonio”(p. 26). Con estas palabras, Díaz Sánchez creó un endriago que le impidió ver a fondo a Teresa, Teresa no tuvo una prejuiciada idea del amor como lo observaremos ahora, ni de la sexualidad, lo que hizo fue asumir una eleción sexual.

Creemos que hay dos hechos a tener en cuenta: pudo en una primera instancia tener plena conciencia de que en su tiempo, casarse, era perder su independencia y además no se le escaparon los rudos males que crearía a una mujer bella y creadora como ella una unión conyugal. En este sentido son demasiado gráficas sus observaciones sobre la tragedia de la gran poeta uruguaya Delmira Agustini(1886-1914), a quien su marido asesinó para que no se pudiera divorciar de él, ello en vísperas de la decisión judicial, la cual describió Teresa sin prejuicio alguno al hablar en Bogotá (Obra,t.II,p.21). Son palabras demasiado significativas.

Ahora bien hay otra instancia que hasta ahora no se ha considerado, quizá por pudibundez y miedo a la sexualidad, ello es que Teresa si amó pero tuvo una elección sexual particular que cada día se revela más ampliamente a sus estudiosos, ya que puede sentirse en la lectura de sus primeras obras de ficción, tal el cuento La mama X, el mejor de los suyos, con su suave sentido lésbico. No fue la de Teresa una escogencia heterosexual, sus propias palabras lo avalan. En una de las cartas que han logrado salvarse, precisamente a Gonzalo Zaldumbide, de quien siempre se dijo que se pensaba casar con él, cosa que nunca sucedió, le confesó en agosto de 1924, desde San Juan de Luz, carta que luego continuó en Caracas(noviembre 21,diciembre 2 y 6,1924). En la escrita en San Juan de Luz, Francia lo dijo estás significativas palabras:

”Siento el más profundo desprecio por esa cosa que llaman amor, que es brutal y salvaje como los toros del domingo, con los pobres caballos destrozados. No quiero sino ternura, eso que tú crees que yo no conozco y en la cual soy maestra especialista, imposible de equivocarse ni engañar…Tengo en general…miedo a ti y horror a los demás hombres, ¡ah si supieras quererme con alma de mujer! Me bastaría con el alma y prescindiría del cuerpo”.

Esta es una declaración demasiado clara, profunda, certera, allí está expresada su posición ante la sexualidad y el erotismo, su escogencia lésbica. Y esto porque lo que pidió a Zaldumbide era un imposible: un hombre no puede amar a una mujer sino virilmente, como varón. Era imposible pedirle que renunciara al amor físico. Y ni siquiera Teresa, como lo dice, tampoco podía renunciar al erotismo porque no es posible en ninguna vida humana, el amor lo expresan los enamorados, hombres o mujeres a través de sus pieles, en el acto erótico. Creemos que nadie puede renunciar a la sexualidad.

Y el amor de Teresa y Lidia fue completo: solo por amor pudo la habanera ir a acompañar a Teresa al Sanatorio, donde pudo contagiarse de la tuberculosis. Y esa es una de esas cosas que sólo se hacen por amor.
Y sobre su hondo amor por Lidia Cabrera conocemos hoy, además, el testimonio de uno de sus mejores amigos parisienses, el nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez(1895-1989), quien en una carta expresó:

”Yo conocí mucho a Teresa, fuimos muy amigos. En los ‘sábados’ de Charles Lesca, director de la Revue de l’Amerique Latine, quien nos recibía con su señora(yo era ‘de la casa’,porque colaborador) Teresa y yo bailamos muchas veces. Yo le ayudé a ella a buscar las huellas, en el París napoleónico, del joven Bolívar y de su casi prima Fanny Du Villars. Miembro yo, desde su fundación, de la Prese Latine, Teresa y yo íbamos, entre cuarenta miembros más, al Congreso de La Habana. Y…regresamos sin ella, por su aventura tan fulminante y decisiva con Lidia Cabrera”(Bourg-la-Reine, Francia: noviembre 10, 1982).

Mucho de la vida personal, e incluso íntima de Teresa se puede explorar hoy gracias al cuidadoso estudio de la escritora venezolana Ana Teresa Torres(1945), “La mutilación de la memoria: los papeles privados de Teresa de la Parra”.

Frente a este hecho está el otro: su vocación creadora. Teresa escogió en favor de ella, no renunció al matrimonio, hizo otra elección de pareja. Era una opción libre y ella escogió una forma de vivir con libertad, sin renunciar ni a la escritura ni al amor. Fue tal su dedicación a su obra literaria que una vez escribió “vivo como una monja sola frente al lago Leman, escribiendo” según cita que hace el propio Díaz Sánchez (p. 71). Si Teresa se convirtió en una mística sin fe, como ella misma decía, fue por su obra literaria, para poderse entregar a ella sin ataduras. Fue una forma de amor. Un camino muy especial. Teresa sabía que el acto de escribir era para ella la esencia de su vida y que para ello necesitaba su libertad.
Esto que hemos expresado son una serie de puntos de vista que deben tenerse en cuenta a la hora de penetrar en la vida y examinar la obra de Teresa de la Parra.

Abril 18,1999
Febrero 26,2015