Rafael Fauquié
En alguna oportunidad lei un comentario sobre Teresa de la Parra que me interesa repetir aquí: la autora de Ifigenia demostró con su mejor novela que la frivolidad y la finesse d'esprit podían ser un material literario tan válido como cualquier otro y que el buen gusto no tenía por que ser ajeno al terreno novelesco. Comparto ambas ideas. Teresa de la Parra, la primera de nuestras escritoras, con su "Diario de una señorita que se fastidia", testimonió que había mucho de narrable en el complejo universo de las jóvenes venezolanas de la época.
Uno de los epítetos que inmediatamente sugiere la escritura de Ifigenia* es el de sutileza.
Descripciones, digresiones y diálogos aparecen siempre acompañados de un espíritu que, por sobre todo, es sutil. Buen gusto, elegancia, inteligencia, lucidez y sagacidad son rasgos que ilustran directamente a la autora y a la mujer. No hay pugnacidad en Ifigenia. No escuchamos en ella los destemplados gritos de las beligerantes del feminismo. En acto de encantadora complicidad,
Teresa de la Parra nos adentra en un universo de signos femeninos, remoto y clandestino para casi cualquier lector hombre
Wole Soyinka, el escritor africano ganador del último Premio Nobel, decía en relación a la famosa "negritud" que ésta debía ser una forma esencial, no artificiosa, de asumir la condición de negro. Un tigre, explicaba Soyinka, no necesita proclamar tigritud alguna. Simplemente salta y devora a su presa.
Lo mismo es aplicable a lo femenino. Una mujer no necesita vociferar su feminidad; le basta con ser femenina.
Una consideración en relación a la confidencia de Teresa de la Parra, la perdurabilidad de su "gesto". Al abrir ella, mujer, las puertas de su mundo, nos permitió a nosotros, hombres, conocer de cerca el interior de ese mundo. Sólo una mujer podía realizar con sencilla naturalidad un esfuerzo que sinceriza la labor, casi siempre fallida, emprendida por ciertos hombres esotéricamente empeñados en describir o en divinizar a la mujer.
A la postre, lo más lógico es soslayar a los dilettantes mediadores y acudir directamente a la versión genuina, la de la propia mujer. La belleza y exactitud de la versión que nos legó Teresa de la Parra es la cabal razón de la perdurabilidad de su mensaje.
Tempranamente muere Teresa de la Parra. En 1936, en Madrid, en vísperas de la guerra civil que ensangrentará a España. Tenía apenas cuarenta y seis años. Entre quienes, conmovidos, comentan su desaparición está el gran poeta Juan Ramón Jiménez. "No has vivido menos -dice. Tuviste el poder de escuchar lo breve, de hacer constante la mirada, presente la voz ... No estás muerta, femenina presencia". Teresa de la Parra forma parte del mejor patrimonio latinoamericano.
En una oportunidad, Picón Salas dijo que "América la llamaba". Ese llamado, auténtica pasión por la cultura y la historia de su patria, de su continente, iba en camino de producir -proyecto que truncó su muerte- una biografía de Bolívar. Biografía novedosa iba a ser ésta, muy diferente -y podemos imaginar cuánto- de los tradicionales y acartonados panegíricos a la memoria del Libertador.
Este año de 1986, con motivo de cumplirse cincuenta años de su muerte, Monteávila editores acaba de lanzar una nueva edición de Ifigenia.
Es un homenaje justo. Si el recuerdo de los hombres son sus obras, el de los escritores son sus libros. Reeditar éstos es, obviamente, la más gratificante y vital ofrenda al recuerdo de sus autores.
1986
* PARRA, Teresa de la: Ifigenia, Caracas Monteávila editores, prólogo de Francisco Rivera, 2 volúmenes, .
*Capítulo perteneciente al libro La mirada, la palabra
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