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sábado, 5 de octubre de 2013

Ana Teresa Parra Sanojo


No sobra decir que la venezolana Teresa de la Parra (París 1989–Madrid 1936) es una de las más grandes novelistas de nuestra lengua, sino que es un elemental y necesario acto de justicia literaria. Autora entre otras páginas de dos libros magistrales, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), ocupa un sorprendente lugar marginal en la memoria de nuestra tradición, por lo que resulta imprescindible moverla al centro.

Teresa de la Parra estuvo en contacto directo con las vanguardias europeas y latinoamericanas. Sin dejarse fascinar por éstas pero tampoco desoyendo sus enseñanzas, optó por una manera de narrar más siglo XIX que innovadora, respetó las reglas básicas de la narrativa decimonónica y usando esos recursos para describir un conflicto muy siglo XX: la independencia económica e intelectual de la mujer y el destino trágico y poco edificante de la Ciudad. Para conseguirlo, la autora siguió sus propios demonios, impermeable a obsesiones ajenas, y encontró la joya a que aspira todo escritor: su propia voz, un estilo único e inimitable, la autenticidad.

Ifigenia es una de las novelas más convincentes, inteligentes y seductoras en nuestra lengua. La autora desaparece detrás del texto. La protagonista y narradora de su propia historia, Eugenia, un testigo parcial, con voz inimitable, en un tono de autenticidad y frescura sin paralelo, nos contará su historia, seremos sus confidentes. El personaje cobra vida desde las primeras páginas, nos habla al oído con un tono inconfundible. Nos dejamos llevar por un trayecto aparentemente seguro. Pronto el lector se da cuenta de que el mundo al que Eugenia ha sido llevada y en el que nos ha sumergido dista mucho de ser un paraíso. Crecer, madurar, comprender equivalen a disminuir, perder cordura, dejar morir partes de uno mismo. En el título nos ha insinuado el sacrificio. Pero toda insinuación en esta novela portentosa camina por rutas opuestas. Incorporarse al orden social es sacrificarse, cierto, pero la voz que hemos escuchado –así cultivada y “social”– es el testigo de que todo debe renovarse. La novela misma es la renovación, y lo es por respetar las reglas impuestas en el siglo que es verdugo de su protagonista. La crítica ha sido plasmada. Eugenia será Ifigenia, el lector el hijo de su conciencia.

Crítica de la sociedad, meditación acerca de la naturaleza humana, visita impagable al universo femenino, Ifigenia es un libro clásico con todo derecho.


Fuente: Carmen Boullosa NY - Julio 2006

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