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domingo, 6 de octubre de 2013

Carta de Teresa de la Parra a Gonzalo Zaldumbide, Caracas, 21 de noviembre de 1924




Caracas, noviembre, 21, 1924 
Mi querido Gonzalo, 

Lido: hoy estoy de muy buen humor porque al abrir el periódico (acabo de desayunarme y te escribo como de costumbre en la cama) encontré la noticia de que el Gobierno del Perú te había invitado junto con otras cumbres hispanoamericanas, al centenario de Ayacucho, como yo también, aunque no lo sepas estuve a punto de ir, no sabes lo que acabo de divertirme en pluscuamperfecto de subjuntivo (hubiéramos, habríamos y hubiésemos... ¿es subjuntivo?) pensando cómo la habríamos corrido en Lima. La delegación venezolana al Perú, salvo mi amiga C... E... de H... (hermana de D... G...) está compuesta de todos los gordos más feos de Caracas. Los pobres perdidos como una isla en semejante mar de carnes, se empeñaron en que el Ministro del Perú debía invitarme, entre las demás personalidades descollantes venezolanas. Como comprenderás, Lima, en las actuales circunstancias ne fait pas mon affaire, y ni yo puse de mi parte ni los otros tampoco me concedieron nada ¡Ah! si yo te hubiera sabido en camino, ilustre plenipotenciario, creo que en 15 días me hubiese puesto a la altura o mejor dicho a la anchura de la señora..., nuestra embajadora, y así quizás hubiera merecido los honores de una invitación o nombramiento. 

Vi a... Me pareció una ruina, muy, muy, muy vieja y fea. Por su pleito con Emilia y sus viajes, hacía más de 6 años que no la veía. Hablando de ti, me dijo: «Gonzalo te quiere mucho... tiene una casa muy bonita... y ahora ya no tiene el carácter aceitunado de antes, me ha parecido más alegre». De donde deduje que antes tenías el estilo aceitunado porque estabas —533→ enamorado de tu prima (¿Mercedes?) y que si ahora no estás taciturno es porque no estás enamorado. Bueno, tant pis pour toi. Yo tampoco lo estoy, ni lo estaré nunca jamás. 

Después de decir semejante herejía se me acaba de derramar tu pluma y se me han manchado las manos, el papel, las sábanas: ¡un horror! 

Adiós. 

Teresa

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