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domingo, 19 de abril de 2015

La mirada de Teresa de la Parra



Zaida Capote Cruz


La editorial Arte y Literatura ha publicado Epistolario y otros textos, de Teresa de la Parra. Esta autora, que aunque tuvo la popularidad de Rómulo Gallegos, autor de otro de los títulos publicados ahora por la misma editorial, sí fue bastante conocida en su época. 

Teresa de la Parra había escrito su novela Ifigenia en 1924 y la salida del libro desató una polémica tremenda. En aquella primera novela ella denunciaba la situación de la mujer, la obligatoriedad del matrimonio y varios temas afines tratados también en ese tiempo por otras de las escritoras de vanguardia. La mirada de Teresa de la Parra, sumamente irónica, concitó un interés inmenso. El libro tuvo defensores y detractores, sobre todo en Caracas, ciudad que en una de sus cartas recogidas en este volumen ella llama “un monasterio al aire libre”. Hay un momento en que narra, en una de las conferencias dictadas en Bogotá en 1930 –esos son los “otros textos” a que alude el título– el cierre de los conventos y cómo las grandes familias caraqueñas acogieron en sus casas a las monjas expulsadas, para que pudieran seguir guardando clausura, es una imagen que casa perfectamente con la idea del “monasterio al aire libre”, aunque ella se estuviera refiriendo al ambiente provinciano que su novela había venido a agitar. 

Ifigenia ya fue publicada en la colección Huracán; también la Casa de las Américas publicó sus Memorias de la Mamá Blanca, un libro mucho más vinculado con la tradición literaria hispanoamericana, específicamente con los relatos costumbristas, que le mereciera el aplauso unánime de la crítica. Y el libro que ahora nos ocupa nos ofrece de modo muy eficaz la posibilidad de completar nuestra visión como lectores de la obra de Teresa de la Parra y tiene el mérito, además, de mostrarnos con claridad la fascinante personalidad de esta autora, que de seguro resultará muy atractiva incluso para quienes no conozcan el resto de su obra y una incitación, espero, para completar ese conocimiento. 

Para hacerle un homenaje un poco irregular a Teresa de la Parra –a quien le gustaba posar de irreverente– voy a empezar esta somera presentación por los últimos textos del libro. 

Esas tres conferencias, resumidas bajo el título común de “Influencias de las mujeres en la formación del alma americana” recorren tres etapas históricas de nuestra América: la Conquista, donde destaca la figura de la Malinche junto a la madre del Inca Gracilaso; la Colonia, con énfasis en la figura de Sor Juana, y la Independencia, donde se centra en Manuelita Saénz. Ese modo de abordar la historia americana desde la gestión de las mujeres, en ella responde, lo mismo que sus novelas, al momento histórico en que vivió y escribió Teresa de la Parra. Esas primeras décadas del siglo XX fueron un período en que la mujer en América y en todo el mundo cambió mucho su modo de vida. Y Teresa de la Parra escogió narrar la historia desde lo íntimo, desde lo mínimo de los hechos históricos. Hay aquí, por ejemplo, una referencia a Simón Rodríguez, el controvertido maestro de Bolívar, cuya labor pedagógica fue muy eficaz, según Teresa, en dotar a su discípulo de habilidades como jinete, nadador o espadachín; pero cuyas enseñanzas no evitaron que las cartas de Bolívar (aquellas que escribió desde el barco durante su viaje a Europa) estuvieran plagadas de faltas de ortografía. Convendrán conmigo en que es esta una visión poco usual del Libertador. 

La otra parte del libro está compuesta por alguna de la correspondencia mantenida por Teresa de la Parra con sus contemporáneos. Hay cartas a Unamuno, que tuvo la gentileza de hacerle llegar sus opiniones sobre Ifigenia, las cartas de amor a Gonzalo Zaldumbide y otras más que desnudan la naturaleza de esta mujer que poseía además un agudo sentido del humor. Recuerdo, por ejemplo, la coincidencia de dos cartas: en la primera, agradece a Lisandro Alvarado su crítica de la novela, abundante en referencias eruditas a la cultura clásica; al mismo tiempo, le escribe a su amigo Rafael Carías, a quien le había bautizado un hijo y confiado sus bienes en Caracas, y le comenta que Alvarado debía decidirse de una buena vez a escribir directamente en griego, porque de todos modos, no se entendía nada de lo que decía. Son esas señales de humanidad que nos acercan a la escritora como la persona que fue. Por sus cartas sabemos también del proyecto de escribir una biografía novelada de Bolívar, para la cual anduvo pidiendo consejo y reuniendo bibliografía. Infelizmente, Teresa de la Parra murió, joven todavía, víctima de la tuberculosis, y el proyecto quedó trunco. 

Me gustaría recordar que Teresa estuvo varias veces en La Habana. Fue muy amiga de Lydia Cabrera, quien la acompañó durante toda su enfermedad, ella decía de Lydia que era “muy inteligente y muy artista” y ahí está un fragmento donde habla de La Habana, con una visión muy suya: “Le escribo perdida casi la conciencia por el excesivo calor […]. Pero no he perdido enteramente el tiempo, el paisaje cubano en la tarde y en la noche es maravilloso, y he visto una procesión o cabildo congo con bailes de diablito, al dios Changó –no podía ser de otro modo, siendo Lydia su anfitriona–, el crucifijo con sus velas y su incienso, y una cabeza de chivo sacrificado a Changó con canto, tambor y música africana. Nadie que pase por Cuba sospecha que existe esto. Si son ‘intelectuales’ se van a los banquetes ‘minoristas’ a beber pedantería y a escuchar falsos talentos, si son ‘touristas’ van a los clubes que en realidad están a la altura de los mejores del mundo con la ventaja de la naturaleza y los baños en la playa, únicos en honor a la verdad”. 

Esta imagen de La Habana es sólo una muestra mínima de las sorpresas que pueden encontrarse en este libro de Teresa de la Parra publicado ahora en Cuba, sorpresas que nos invitan a seguir intimando con esta mujer de vida breve y escritura eficaz. 

Fuente: http://www.cubaliteraria.cu/revista/laletradelescriba/n51/articulo-9.1.html

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