A Gonzalo Zaldumbide
Hoy a las once y media
San Juan de Luz. Agosto 1924
Querido Gonzalo: como al llegar aquí esta tarde recibí tu
carta, ahora, sin poder leer ya más, porque el Seducteur tiene el don de
ponerme a llorar dulzura y de nostalgia, desvelada como estoy, resuelvo
contestar tu carta, no al pliego de adentro, sino a la impresión del sobre
entre mis manos.
Te escribo con lápiz aunque me hayas dado tu pluma de oro.
Quisiera hacerte sentir este momento mío tan hondo y tan lleno de regrets. Me
dijiste el otro día que era incapaz de sentir ternura, y desde la muerte de mi
pobre Emilia que era para mí todo un mar de cariño no hago sino pedir limosna
de ternura y en estas horas de la noche, en mi cama, tan inhospitalaria, busco
los mendrugos recogidos y se me vuelven todos, todos esos regrets de que te hablo
que se me suben a los ojos y me ruedan por las mejillas. ¿Pero, qué te importa
a ti nada de esto? Leerás estas palabras con tu mirada ausente hundida en su
más allá, y no las comprenderás, dirás tal vez como Hamilcar: «escribe signos
que no tienen sentido». Bien, entretanto sigo yo con mis regrets a cuestas y
tan, tan solita dentro de mi alma. Tú no estás en ella, te puse en una silla
para que te sentaras y hace ya varios días que ni siquiera la silla veo. Siento
el más profundo desprecio por esa cosa que llaman amor, que es brutal y salvaje
como los toros del domingo, con los pobres caballos destrozados. No quiero sino
ternura, eso que tú crees que yo no conozco y en lo cual
soy maestra especialista imposible de equivocarse ni engañar.
Isabelita y María se fueron a Pérgola, Mamá duerme y yo
pienso sin cesar en esta historia nuestra que no comprendo todavía. Tengo en
general como diría María, miedo a ti y horror a los demás hombres, ¡ah si
supieras quererme con alma de mujer! Me bastaría con el alma y prescindiría del
cuerpo. No te rías ni pienses en el cuento de la petite différence, porque una
cosa y otra serían muy contrarias a mi estado de alma desencantada y triste,
¡triste! ¡triste!
Estoy furiosa con la Compañía Trasatlántica y tengo en
general como volvería a decir María, unas ganas infinitas de morirme... se
alegraría muchísimo y tú no te molestarías siquiera en ponerme este epitafio:
«cantó mientras esperaba»... ¡Ya tenemos aquí quince días! Bonsoir,
Gonzalo,
duerme bastante, y recuérdate mañana con tu agua de rosa ¿tendrás quizás
algunos dedos que te la pasen sobre los ojos?
¡Quién sabe!
Teresa
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