Diciembre de 1924
Querido Gonzalo:
Aún estamos en Maracay. Seguimos en vida de dolce far niente, de la cama al auto y del auto al río, al potrero o a la laguna. Yo, como lema de sortija, o de tu sortija, «canto mientras espero» y no espero sino a ti, lo demás no son sino eslabones para llegar más pronto o para llegar mejor. El canto que entretiene mi terrible impaciencia es también el canto de tu amor que veo y miro y siento en todos lados, lo mismo en los paseos de la madrugada que en los del crepúsculo, lo mismo en el encanto del río que en las escenas virgilianas de las vaqueras, y en el de la luna mirada a través de los samanes, los cujíes y los carros, cuando a toda prisa corremos en plena noche perfumada: tú, tú y siempre tú hasta en el amor o en el deseo que se levanta a mi paso. ¡La misma carta de María Eugenia que escribí, mientras esperaba en pleno presentimiento tu llegada!
Si vieras, Gonzalo, cómo me acompañas siempre a todas partes. Rumiante insaciable de las cartas, instantes de banquete, me pregunto asombrada qué fenómeno inesperado es este fenómeno fisiológico de la fidelidad. Viene de la misma fuente, quizás de donde brota el amor maternal porque es irrazonable animal, bastante estúpido y es el resultado de caricias, huellas de beso. Te repito, ¡no lo comprendo!
Tengo un enamorado encantador. Es el menor de los... Aún no tiene diecisiete años y lo llaman «el negro» por su color trigueño. Escribe versos en secreto y me adora en silencio. Yo también como al Perucho de mi novela, le sonrío pensando en ti. Y lo quiero como a los novillos que están todavía amarrados en los corralones. Su única declaración consiste en organizar cuanta cosa yo deseo, en regalarme quesos frescos y frutas y en decirme con una cara tristísima, «¡y qué me voy a hacer yo cuando se vayan ustedes!». El pobrecito, de resultas de una difteria y un suero que le pusieron hace un mes ha quedado con las piernas débiles cosa que le dificulta mucho el caminar. Mientras los demás montan a caballo y corren o bailan él se viene a conversar conmigo.
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En la tarde. Son ahora las 7 de la noche. Estoy un instante descansando de un paseo en mi cama con el balcón abierto. Debe ser en París la una de la madrugada y pensando en el réveillon del año pasado, tristísimo en recuerdos para mí, no ceso de preguntarme dónde estarás y con quién estarás en este instante.
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¡Felices Pascuas! Que el año que viene que habrá de ser más feliz que este año accidentado y doloroso nos reúna en cualquier sitio para siempre.
Tuya,
Teresa
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