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lunes, 28 de junio de 2010

Imágenes de la mujer y construcciones de lo femenino

                                          Imagen: Pintura al Oleo 



Teresa de la Parra y Fray Luis de León:
Imágenes de la mujer y construcciones de lo femenino
Carolina A. Navarrete González
Pontificia Universidad Católica de Chile

A través de las siguientes líneas pretendo presentar y analizar la construcción de la feminidad por medio de las imágenes de mujer que entregan los textos La perfecta casada de Fray Luis de León y el texto Influencias de las mujeres en la formación del alma americana de Teresa de la Parra.

Fray Luis de León, autor del manual dedicado a las esposas, apareció por primera vez en 1583 y fue reimpreso más de doce veces durante los siguientes cincuenta años. Este libro fue considerado durante varios siglos como una sana fuente de opinión y de consejo para esposas jóvenes. Fray Luis se inspiró para escribirlo en la Biblia, específicamente en el último capítulo de los Proverbios, y en los escritos de Juan Luis Vives. Siguiendo fielmente estos antecedentes, consideraba que el estado de matrimonio era inferior a la virginidad, pero para efectos prácticos, la perfección en cada estado era una meta deseable en la vida. Para la mujer casada la perfección consistía en conservarse pura y fiel a su marido, encargándose de los deberes del hogar y procurando ser tan valiosa como una joya para su esposo. Para alcanzar este grado de perfección entraba en detalles diciendo cómo una mujer debía administrar los bienes de su esposo, amándolo y ayudándolo en las épocas difíciles, tratando bien a sus sirvientes, educando a sus hijos, hablando poco, yendo a la iglesia frecuentemente y quedándose en la casa cuanto fuera posible. La mejor recompensa para una mujer era el reconocimiento general de sus virtudes por el hombre y por Dios.

Ahora bien, entrando más detalladamente en la configuración de la imagen de mujer que surge a partir del texto de Fray Luis, pasaré a nombrar y a caracterizar cada uno de los puntos que me parecen relevantes para este fin.

En primer lugar, se hace hincapié en el temor de Dios como una de las características propias de la mujer que se casa. Este temor de Dios, estaría ligado a la guarda y limpieza de conciencia, la que se lograría a través del servicio al marido, el gobierno de la familia y la crianza de los hijos.

Otro aspecto interesante de mencionar es el que guarda relación con la perfecta casada como Mujer de valor (virtuosa de ánimo y fuerte de corazón), en el sentido de que es cosa rara y por lo mismo dificultosa de hallar. Se la compara con las piedras preciosas, de manera que al poseerla el hombre se vuelve rico y se debe tener como bienaventurado y dichoso.

La mujer casada debe evitar ser gastadora, ya que el gasto de la mujer no vale, es todo en el aire, por lo que aquello en que gasta no luce ni es de importancia. Aquella que gasta está yendo en contra de su oficio; lo que debe hacer es guardar para que su marido se vuelva confiado y seguro. Él debe saber que con tenerla a ella como ahorradora y ayudadora tiene ya riqueza suficiente. Además de ser guardadora de los bienes de la casa, debe soportar a su marido en cualquier circunstancia. Así, es la mujer la que debe conservar la paz en el hogar aunque su esposo sea un beodo, verdugo o incluso, agresivo. Más aún, la mujer casera ha de ser hacendosa en todo momento, ocupándose de recoger todo lo que pareciera estar perdido en su hogar y convertirlo, con ingenio, en algo de utilidad y provecho.
Como una obligación de la esposa está también el hecho de madrugar, con el fin de ser el ejemplo de su familia y criados. Gracias a esta conducta le es posible gobernar su gente asumiendo el rol de “alma de la casa”, sin permitirse ocasión para el ocio y procurando la práctica del trabajo como veladora e hiladora. La perfecta casada debe ser piadosa con los pobres y muy generosa, estando alerta con quienes admite en su casa. Una de las virtudes de la buena casada es tener gran recato acerca de las personas que admite a su conversación y a quien da entrada en su casa. A lo que se agrega el buen trato que debe procurar hacia sus sirvientas y criadas.

En lo referente a la vestimenta de la esposa, ésta debe procurar el uso de prendas de vestir que estén conforme a la honestidad y a la razón. Ha de cuidar su higiene, y usar colores como el púrpura y el blanco de la sencillez. Darse afeites, constituye una acción propia de rameras y no de buena mujer, el uso de afeites sólo sirve para dar a entender que el alma está enferma. Con esto, se le recomienda, ser apacible y de condición suave; no salir de su casa y preferentemente, cerrar la boca, ya que la hermosura de la mujer, siguiendo a 

Demócrito, tiene que ver con el hecho de hablar escasamente y en forma limitada. La perfecta casada debe guardar silencio y la casa, siendo su sabiduría propia el saber callar. En definitiva, su oficio consiste en hacer buen marido, criar buenos hijos con buenos hechos y obras.

Ahora bien, la segunda imagen de mujer que interesa develar, es la que entrega Teresa de la Parra en su libro de conferencias: Influencias de las mujeres en la formación del alma americana. Estas conferencias pronunciadas en Bogotá el año 1930, son su tercer libro, siendo reimpresas en 1982. Teresa de la Parra se propuso encontrar cuál y cómo había sido la influencia oculta que ejercieron las mujeres durante la Colonia Hispanoamericana. Al trazar la vida de aquellas damas trató de utilizar lo vivo de la historia sin desdeñar al personaje anónimo e inesperado; hurgó en la tradición oral y se detuvo en un modo de comunicación que como el recado fue propio de los días provinciales.

Para empezar con la caracterización de la mujer según Teresa de la Parra, resulta importante destacar que la autora se manifiesta en contra de la actitud sumisa y mansa de la mujer encerrada en su casa. Lo imperante para la mujer de hoy que se encuentra en crisis es conseguir la libertad ante sí misma, siendo conciente de sus peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque no sea madre de familia, e independiente pecuniariamente por su trabajo y su colaboración junto al hombre, ni dueño, ni enemigo, ni candidato explotable, sino como compañero y amigo. El trabajo constituye una disciplina que purifica y fortalece el espíritu. El verdadero enemigo de la virtud femenina es la frivolidad que proporciona el vacío mariposeo mundano.

Según la autora, nuestra época colonial hispanoamericana, es decir, los tres siglos de vida que se extienden entre las guerras de la Conquista y las guerras de la Independencia, forman un período de amor en el cual impera un régimen de feminismo sentimental a la moda antigua que termina al comenzar las guerras de Independencia. Este régimen casi no dejó huellas de las mujeres, no se percibe su presencia ni en los documentos ni en los libros de la época, porque la mujer habría estado acostumbrada a vivir en el silencio. Sin embargo, la imagen de ella nos habría llegado por medio de la tradición oral. Aquel modo de vivir tuvo su asiento en la Iglesia, la Casa y el Convento. 

Entonces, fueron las mujeres, madres de familia, encerradas en sus casas, las que moldearon el carácter de la sociedad hispanoamericana. Las mujeres anónimas habrían tejido con su abnegación el espíritu patriarcal de la familia criolla.

Frente a las mujeres que se quedaron en sus casas, las monjas constituyeron las únicas mujeres libres que hubo en la colonia. Las únicas que escogieron su destino por sí mismas, las únicas a quienes ni el padre, ni el hermano mayor le escogieron marido. De ahí se desprende la importancia del papel que representaron. Teresa las denomina “amantes del silencio, eternas sedientas de vida interior”, y aunque parezca contradictorio, precursoras del moderno ideal femenino.

Pues bien, un hecho que marcó la erosión del exaltado sentimentalismo de las mujeres, cuyos ejes eran la Iglesia y el convento, fue la expulsión de los jesuitas, los que, en su mayoría criollos, imperaban en el reino de las almas femeninas muy especialmente. Los jesuitas de la colonia inculcaban en las almas femeninas la idea inseparable de Dios, Patria y Rey. Estos conceptos formaban un solo credo. La Patria y el Rey eran sinónimos de la sumisión a España. Al ser arrojados y perseguidos por el Ministro del Rey, se disoció la trinidad y cundió en las conciencias la anarquía del cisma. Así, las mujeres de la colonia privadas de tan absorbentes directores perdieron la rigidez y la austera disciplina católica y española tan característica de la piedad femenina. Salida de su cauce, la religión sufrió la misma transformación que había sufrido la raza. Ella también se hizo criolla. El pecado mortal se hizo una abstracción bastante vaga y el terrible Dios de La Inquisición comenzó a ser una especie de amo de hacienda, padre y padrino.

Tras estas observaciones de la mujer y las transformaciones por las que pasa a lo largo de la colonia, Teresa de la Parra, configura una clasificación de las mujeres que participaron en la formación de la sociedad americana. Desde las mantuanas, o de las monjas que realizaron sus tareas desde el claustro, es de donde Teresa de la Parra toma el modelo para ejemplificar a través de algunos casos la vida de aquellos días.

De la clasificación que propone la autora, tomaré tres casos que me parecen dignos de destacar con el fin de perfilar la imagen de la mujer perteneciente a la Conquista, Colonia e Independencia.

En cuanto a la mujer de la Conquista, me interesa traer a escena a doña Marina, vendida por su madre y padrastro como esclava a unos indios forasteros y luego regalada a Hernán Cortés, con quien vive un amor, que de una intensa pasión pasó a un profundo aprecio. Doña Marina, mujer “entrometida y desenvuelta” según Bernal Díaz del Castillo, inició en alas de su amor por Cortés, la futura reconciliación de las dos razas e inició además en América aunque en forma rudimentaria aún, la primera campaña feminista. 

Junto a esto vale destacar su sentido de perdón y de misericordia hacia su familia, puesto que al encontrarse con su madre y hermano, quienes pensaban que los mandaría a matar, ella los consoló y perdonó, arguyendo que cuando la vendieron, realmente no sabían lo que hacían. Doña Marina, como José vendido por sus hermanos, se erige como símbolo de misericordia y de generosidad.
Dentro de las mujeres pertenecientes a la Colonia, el caso de Amarilis, la poetisa colonial anónima que escribió sólo una vez con el seudónimo de Amarilis, merece cuidadosa atención. Muy joven, muy culta, lectora apasionada de Lope de Vega cuya fama se hallaba en todo su esplendor. Lo conoció por sus libros y a fuerza de admirarlo y de simpatizar con su espíritu sintió por él una verdadera pasión romántica. La poetisa le dirige una carta en verso haciendo su autobiografía y contando a Lope de Vega la historia de sus abuelos que fueron conquistadores y fundadores de su ciudad. Además le cuenta que es rica, bonita y feliz. También le cuenta sobre sus aspiraciones al amor platónico a través de su alma lírica, la cual, sedienta de abnegación y de responsabilidades, representa ya, según Teresa de la Parra, el ideal feminista tan denigrado, y tan incomprendido en su forma más pura.

En lo referente a las mujeres de la Independencia, destaca el nombre de Manuelita Sáenz, llamada la libertadora del libertador, debido a que salvó la vida de Simón Bolívar en dos ocasiones, siendo, además el último amor de éste. Doña Manuelita representa el caso de protesta violenta contra la servidumbre ya que estando casada con un inglés decide divorciarse (en tiempos en que el divorcio es una instancia inexistente) de éste cuando ve por su ventana a Bolívar, comunicando su decisión a su marido y familia, se enfrenta a todas la sentencias recriminatorias por su actuar y se lanza a luchar por Bolívar, siéndole fiel hasta después de la muerte del llamado bertador. Ya anciana, sufrió el destierro y, estando en la ruina, rechaza la fortuna que le dejara su marido inglés por rendir culto al recuerdo de Bolívar.

Ahora bien, tras indagar y particularizar en las imágenes de “mujer” entregadas por dos textos tan disímiles y complejos en su valoración del papel de lo femenino en la sociedad hispanoamericana, cabría puntualizar ciertos rasgos que conlleven hacia el trazado de un concepto de feminidad/femenino.

Fray Luis de León, a través de su obra La perfecta casada, perfila la condición de la feminidad dentro de parámetros de valoración provenientes de una fuerte hegemonía masculina. Su concepto de lo femenino guarda relación primeramente con la función de la mujer como esposa, estado que debe seguir bajo estrictas normas de conducta que van desde el temor a Dios a la obediencia, servicio-servidumbre al marido.
Para el autor, la mujer o la perfecta casada, debe entregar su vida al sacrificio, dentro de los límites que impone el encierro del hogar y el buen obrar, lo que permite criar buenos hijos y tener un buen marido.

En tanto, Teresa de la Parra, por medio de sus conferencias, entrega un concepto de lo femenino como una permanente lucha por la libertad ante sí misma y una realización personal en la esfera del trabajo, ambas son las formas en que lo femenino podría llegar a subvertir la crisis del encierro y de las estrictas limitaciones con que la tradición de tres siglos de colonia han subyugado a la mujer.

Notas
[1] En el último capítulo de los Proverbios, Dios, por boca de Salomón, rey y profeta suyo, y como debajo de la persona de una mujer, madre del mismo Salomón, cuyas palabras él pone y refiere con hermosas razones, caracteriza acabadamente una virtuosa casada.
[2 Juan Luis Vives. Instrucción de la mujer cristiana. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1940. Este texto, muy leído durante toda la época colonial, se imprimió por primera vez en 1524. En toda su obra recalca su creencia de que lo malo prevalecía sobre lo bueno y que esta situación se debía atribuir principalmente a la falta de una buena educación en la mayoría de las mujeres. Sus sugerencias en materia de educación estaban encaminadas a apartar a las mujeres del mal, a fin de que aprendieran solamente lo que era bueno, honesto y puro. Para alcanzar estos objetivos exigía una total separación de los sexos desde la más corta edad y una completa adoctrinación sobre las principales virtudes de la mujer: la castidad, la modestia y la fuerza de carácter. Vives creía en la superioridad de la virginidad en comparación con la vida matrimonial. La virginidad hacía que las mujeres se asimilaran a la Iglesia y a la Virgen María. El matrimonio era considerado como un contrato social que se concertaba por los padres, de ahí que el matrimonio implicaba un sacrificio para las mujeres y se le describía como un yugo que podría ser ligero siempre y cuando el esposo fuese responsable y bueno. En el caso de que los esposos fueran infieles a sus esposas, éstas debían seguir siendo fieles a ellos puesto que en la opinión de Vives la fidelidad de la esposa santificaba la infidelidad del marido. De esta manera, se aceptaban explícitamente dobles normas de moralidad. Como esposas las mujeres debían permanecer en el hogar, teniendo el menor contacto posible con el mundo exterior. Los quehaceres más importantes de la mujer eran la atención de su hogar y la conservación de su honestidad. El ensayo de Luis Vives, a pesar de su propósito de mejorar la educación intelectual y moral de las mujeres, apoyaba abiertamente su condición social inferior y su subordinación a los hombres.
[3] El que se podría caracterizar por el sacrificio a fuego lento de la vida entera y, el amor trágico lleno de celos al modo español y una necesidad de ensueño que se alimenta con ideales lejanos y espera la llegada de algo incierto en el vaivén de una hamaca. Estos modos de costumbre pervivirán largo tiempo, según la autora. El proceso de emancipación, como ella acota, sólo logrará alterar cosas externas. Así muchos modos de la sociedad colonial seguirán manteniéndose a lo largo de la historia.
[4] Criollas nobles, abundaron mucho en la colonia. Se caracterizaron por ser soñadoras y estar permanentemente encerradas en la casa sin ver más horizonte que el que abarcaba su ventana abierta. Místicas indefinidas sin vocación ni para el convento ni para el matrimonio; ambiciosas o desengañadas por el primer amor se quedaban al margen de la vida. Sembraban cariño y abnegación en la familia, envejeciendo solteras. Más maternales que las propias madres fueron ellas, en gran parte, las viejas tías solteras, creadoras del típico sentimentalismo criollo que quiere siempre con dolor y que se exalta hasta la tragedia en los casos de ausencia, enfermedad o de muerte.

Bibliografía
Teresa de la Parra. Influencias de las mujeres en la formación del alma americana. Caracas: Fundarte, 1991.
Fray Luis de León. La perfecta casada. Santiago de Chile: Ercilla, 1984.
Carolina A. Navarrete González. Doctora (c) por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente colabora en la redacción de la revista Anales de Literatura Chilena de la PUC. Además, cuenta con los grados otorgados por la Pontificia Universidad Católica de Chile de Licenciada en Letras mención Literatura y Lingüística Hispánicas, Licenciada en Ciencias de la Educación y Profesora de Lenguaje y Comunicación. Se desempeña como profesora de literatura en la PUC. Además, en el marco de su tesis doctoral, se encuentra investigando sobre manuscritos y epístolas escritas por mujeres de la Colonia en Chile y en el resto de Latinoamérica. Dentro de sus publicaciones se encuentran una serie de artículos en revistas nacionales e internacionales donde ha enfocado su interés en diversas áreas de la literatura hispanoamericana.

© Carolina A. Navarrete González 2006
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero33/tparrafr.html

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