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FRAGMENTOS



DEL DIARIO INTIMO 

Los fragmentos publicados del diario de Teresa de la Parra corresponden a la época de primeros síntomas, desarrollo y desenlace fatal de su tuberculosis. Para entonces se aleja de la intensa vida social que llevaba anteriormente. Comienza a explorar su vida interior: realiza lecturas profundas sobre filosofía y otros temas, hace una retrospectiva de su obra y sobre todo, busca una plenitud de espíritu que no consigue, a juzgar por las lúgubres líneas en las que plasma su estado anímico.

Fragmentos del Diario entre 1931 y 1936: Bellevue – Fuenfría – Madrid

Junio, 6 1931

Me encuentro, lo quiero creer para que me sirva de esperanza, en un período de crisis moral. Siento en mí una inmensa miseria de iniciativa, de deseos, sólo tengo ojos para mirar esta pobreza que me paraliza. ¿De dónde puede venir el remedio? ¿De dentro? ¿De fuera? (...) Dice Rilke (acabo de leerlo) que todo comienzo es bello. Yo quiero comenzar hoy. Pero ¡qué gran humildad se necesita! ¡Sembrar en campo estéril, contando sólo con el azar! ¡la lluvia inesperada! La vida interior es un mundo maravilloso, a condición de que en ella nazcan y se muevan las cosas, o se reflejen las de afuera. ¿A qué profundidad misteriosa se encuentra esta mía que sólo pasa por instantes, tan caprichosa, tan opaca, y tan rápida que ni siquiera pueda exprimirla yo misma en palabras?

Octubre, 5 1931 (mi cumpleaños)

París es la dispersión, por todos lados influencias que me estorban cuando no me perjudican en el sentido más serio, el de la fe y en la unión de mi espíritu con ciertas cosas determinadas que le convienen, y que al desaparecer no siento reemplazar por otras. Si se reemplazaran serían evolución siempre provechosa. ¿Habrá evolución latente que yo no alcance a sentir?

Me ha impresionado la admonición de Nietzche: “Trata de ser tú mismo”. Este, unido a su principio de que sólo es cierto lo que puede sernos de provecho espiritual me decide a rechazar como inciertas las influencias contrarias que me impidan ser yo misma.

Viernes, 24 de Enero 1936

El andar eternamente con gente frívola o de tendencias sectarias opuestas deja no sólo la impresión de haber perdido lamentablemente el tiempo, sino la de una especia de extenuación que mata a la larga la personalidad. Si no se quiere discutir hay que hacer creer que se está de acuerdo, reír, sonreír sin ganas y es este remontar de corriente lo que a la larga extenúa. A veces también despierta en la soledad por reacción el espíritu de agresión y contradicción, todo “refoulé” agria el carácter. Son suma de influencias negativas, como las de las fuerzas “negras”


DE LOS CUENTOS 

“Un evangelio indio: Buda y la leprosa”, “Flor de loto: una leyenda japonesa” (publicados en revistas parisinas) y tres cuentos fantásticos, inéditos hasta hace poco, pertenecen al comienzo de la carrera de Teresa de la Parra, marcado por la búsqueda de estilo. Muy lejos del discurso narrativo de “Ifigenia” y más aún del tono costumbrista empleado en “Las Memorias de Mamá Blanca”, estos primeros cuentos son un guiño al modernismo y al exotismo de moda entonces. Sin embargo, queda patente en algunos pasajes la gracia literaria propia de la futura María Eugenia Alonso, particularmente en el cuento “Mamá X”, incluido más adelante en la novela.

Historia de la señorita grano de polvo, bailarina del Sol

“Como rostro no tenía ninguno propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una forma precisa. Pero tomaba del sol con vertiginosa rapidez todos los rostros que yo hubiese podido soñar (...) Su sonrisa en vez de limitarse a los pliegues de la boca se extendía por sobre todos sus movimientos. Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, y oscura y misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo, loca como la arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se rompe.”

“-… Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, ya oscura y misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo, loca como la arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se rompe. Era mil y mil cosas más rápido que mis palabras no lograban seguir sus metamorfosis.

-Soy la señorita Grano de Polvo, bailarina del Sol. Sé demasiado que mi alcurnia no es de las más brillantes. Nací en una grieta del piso y nunca he vuelto a mi madre”.


El genio del pasacartas 

“Sí –decíales desde arriba-, yo soy el genio del pesacartas y todos ustedes son mis humildes súbditos. El cascarón de nuez es mi barco para cuando yo quiera regresar a Irlanda, el reloj está ahí para indicar la hora en que me dignaré dormir; el ramo de flores es mi jardín; la lámpara me alumbra si deseo velar, el centímetro es para anotar los progresos de mi crecimiento (mido ciento setenta milímetros desde que me vino la idea de usar calzado medioeval). –No sé todavía qué haré con los lacres-. En cuanto al tintero está ahí, no cabe duda, para cuando yo quiera divertirme echando redondeles de saliva.”

El ermitaño del reloj

"Y también las frutas consideraban al capuchino con complacencia y también unos periódicos viejos que bajo una cónsola pasaban la vida repitiéndose unos a otros sucesos ocurridos desde hacía veinte años, y la tabaquera, y las pinzas del azúcar, y los cuadros que estaban colgando en la pared y los frascos de licor, todos, todos tenían la vista fija en el reloj y cuanta vez se abría de para en par la puerta de roble volvían a sentir aquella misma alegría ingenua y profunda.”


DEL DIARIO DE UNA CARAQUEÑA POR EL LEJANO ORIENTE 

Basada en las cartas recibida de su hermana María durante su viaje, Teresa de la Parra escribe este "Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente", el cual publica por primera vez (1920) en la revista dirigida por Rómulo Gallegos "Actualidades". Dos años después apaece nuevamente, esta vez en la revista "La lectura semanal", dirigida por José Rafael Pocaterra.
Fragmentos 

San Francisco de California ¡, 2 de mayo de 1919

“Por una extraña coincidencia nuestro vapor, anclado ya en el puerto, se llama el “Venezuela”. (...) Me parece verlo desde aquí, creo que son unos mástiles que se destacan entre los de los otros vapores y pienso con orgullo pueril: “Siendo el más hermoso de todos se llama ‘Venezuela’ ”. Y es que el amor de la tierra es un sentimiento que por dormido que se halle se despierta y se exalta con las largas ausencias y las largas distancias...”

Shangai (china) julio de 1919

“Lo primero que advertimos al entrar en el vagón, fue un fortísimo olor a perfume, mezclado con brillantina y polvos de arroz; porque la más chic, la más bonita de las japonesas, es la de pelo más brillante, y la que con más frecuencia saca de su bolsillo la polvera para ponerse sobre las mejillas una nueva capa de perfumados polvos. No cesaba yo de espiar sus movimientos, aquellos complicadísimos peinados, aquel abanicarse continuo, aquellos ojitos casi cerrados que se fijaban con cariñosa admiración sobre nuestras personas. Cuando llegábamos al restaurante, manifestaban ellas el más terrible pánico al sol; se cubrían, se escondían, o se levantaban a cada dos por tres, a cerrar completamente las entornadas persianas.”...

Harbin (Manchurria), septiembre 1919

“Al fin, luego de tanto correr y tanto andar, hemos llegado a Harbin (...) Es ésta una ciudad formada casi toda por elementos rusos. La vida en ella es escandalosamente cara. Con gran trabajo hemos encontrado una quinta muy mona y pequeñita, rodeada de árboles y flores. En ella hemos colgado nuestro nido, mientras llega la hora de emprender de nuevo el regreso hacia el Occidente familiar y lejano. ¿Para llegar a él volveremos a desandar lo andado? ¿Atravesaremos la Siberia y las desoladas estepas de Rusia hasta llegar a Petrogrado? ¿O navegando por el mar de la China y el Océano Indico remontaremos el Mar Rojo hasta desembocar por el canal de Suez en el Mediterráneo? Nada sabemos aún y todo depende del rumbo que tome el ‘caos ruso’. ” ...



Ifigenia Capítulo I
Un lunes en la madrugada

ifigeniaAcaban de dar las dos de la mañana… Y estas dos campanadas al sonar, como si fueran de quejidos de silencio, se han metido de pronto en mis oídos, me han llamado con dos golpes, y dentro del alma, me han despertado el miedo…

Tengo miedo… Sí… escribo para distraer el miedo…

Fue el reloj viejo y estropeado del comedor el que dio las dos… ¿Serán realmente las dos? Ahora el reloj sigue haciendo como antes: tic, tac… tic, tac… tic, tac…

Las campanadas de los relojes en la noche son las voces del silencio que se queja… y el tic-tac de los relojes en la noche son los pasos… ¡ah! los pasos de la muerte… ¡no; no, no!… son los pasos del silencio que camina… ¡sí!… los pasos del silencio… ¡Y qué despacio, y qué lento y qué largo, Dios mío, camina el silencio por la noche!… Sobre todo cuando la noche es tan negra y tan callada como esta noche. es tan negra y tan callada, que hace apenas un instante que por ver algo de luz que no fuese la luz de esta llama que baila y baila como una bailarina loca sobre el pedestal angosto de la vela… hace un instante, por ver otra luz que no fuese la luz de esta llama loca, me levanté de mi silla y abrí uno de los postigos de la ventana; pero como en esta casa tan vieja y tan pobre todo se queja, el postigo, al abrirlo, se quejó y como yo me asusté del quejido, y como en el cielo no hay ni siquiera una estrella, el postigo se ha quedado entreabierto, y es ahora, un misterio tan negro y tan frío, que la llama ahora sobre el pedestal angosto de la vela se tuerce y se retuerce como si le dolieran las entrañas… Y ese misterio del postigo a mí también me está tocando la cara y me toca las manos, mientras las manos andan sobre el papel, junto a la pluma. Es un misterio negro, y húmedo, y frío… sí… ¡Es como el misterio de los ojos muertos! Porque hay veces que en los rostros helados, bajo los párpados blancos, los ojos negros se quedan entreabiertos… así… como está este postigo…

¡Ah! ¡La muerte!… No es el silencio quien camina en la noche, no, ¡mentira! es ella… es la muerte… ¡sí! ¡la muerte!… Y los relojes son los únicos que tiene oídos para escuchar sus pasos… Por eso los repiten siempre a todas horas. Pero en el día los repiten y nadie los oye, y los repiten en la noche, y en la noche, en medio del silencio, los oyen estos oídos que velan a los enfermos…

¡Ah, el horrible boquete de ese postigo!… ¡Qué misterio tan frío, qué misterio tan húmedo y tan negro!…

Me he levantado de mi silla y lo he cerrado. En su lugar he entornado la puerta del comedor; y ahora el reloj hace mucho más recio que antes: tic, tac; tic, tac; tic, tac… También esta hoja, la de su cuarto, está a medio abrir y su respiración va caminando a compás, como el tic-tac del reloj… Parece que caminaran juntos… por más que no… la respiración va más de prisa… ¡no!… va más despacio… no, no, va más de prisa… ¡Ah! viejo reloj del comedor, ¡ya eres tan viejo, que no sabes medir bien la premura de los pasos con que camina la muerte!…

Ahora, he vuelto a levantarme de mi silla, y por centésima vez he empujado suavemente la hoja entornada de su puerta. Sobre la blancura de la almohada su cabeza sigue inmóvil y dormida en medio de esa respiración angustiosa que corre… corre… como si no saliera de su cabeza inmóvil. Parece el caballo jadeante de algún viajero que, en el instante mismo en que ya va a llegar, tiene muchísimo empeño por llegar, y corre… corre… corre… sin poder más.

¡Ah! ¡Pobre tío! Y cómo recuerdo ahora sus ratos de extenuación cuando entraba a la casa de Abuelita y tan desencajado y tan cetrino, me decía al sentarse:

—Tráeme unas gotas de brandy, María Eugenia, a ver si me pasa esto…

Y yo le llevaba las gotas de brandy; él se las tomaba, y al momento las manos frías le entraban en calor, los ojos apagados se le animaban un poco, y comenzaba a bromear con todos sin hablar ya de fatiga y sin decirle a nadie que estaba enfermo. Pero recuerdo que cuando se levantaba para irse, se levantaba encorvado; arrastraba los pies como si llevara en los hombros algún peso terrible, y así, muy poco a poco, se venía caminando hasta su casa… ¡su casa!… ¡Pobre tío Pancho! Su casa era esta casita húmeda y angosta, donde no hay luz eléctrica, sino en dos habitaciones, y donde los cuartos, en lugar de tener papel, tienen esta cal tan blanca en las paredes.

Sí… ¡qué pobre, qué pobre era tu casa, qué pobre era tu casa, pobre tío Pancho!…

Pero… ¿qué importa ya? Con la misma velocidad con que se va ahora corriendo, sobre esa fatiga desbocada, se iría también si en lugar de la casa pobre tuviera un palacio, y si en lugar de tener cal en las paredes, las paredes tuviesen, todavía, aquellas tapicerías que, según dice Abuelita, eran una maravilla en la espléndida casa de los viejos Alonso.

En su casa húmeda, pobre y angosta, lo mismo que si fuera en un palacio, tío Pancho se muere ya irremisiblemente. Anoche al despedirse el doctor me lo dijo por segunda vez:

—Es cosa de unos días. Pueden ser dos, cinco, diez, pero no hay esperanzas ni hay remedio. Primero ese letargo, ese estado comatoso, y después ¡la agonía! Trataremos de que sufra lo menos posible.

Desde el primer momento en que le dio el ataque, Abuelito ha querido que me viniera de un todo a la casa de tío Pancho, y al despedirse me dijo:

—Que no le falta nada, María Eugenia. Aquí estoy yo para mandar cuanto se necesite. Y tú, cuídalo con muchos extremos y con el mayor cariño: ¡Acuérdate que es lo último que te queda de tu padre!

A pesar de los ofrecimientos de Abuelita, yo no he querido que mandase nada. Y es que pedirle a ella es pedirle a tío Eduardo, y no puedo sufrir que tío Pancho tenga nada que venga de las manos de tío Eduardo. Buscando en las gavetas del armario, he podido encontrar algunas prendas, algún dinero, y con eso, más lo poco que me ha quedado a mí del dinero de las esmeraldas, tendremos para todo.

Junto conmigo, tía Clara y Gregoria se han venido a la casa de tío Pancho. Pero tía Clara no puede dejar sola a Abuelita durante todo el día, y por esta razón va y viene continuamente de una casa a la otra. Como tía Clara sabe mucho de enfermería, tío Pancho está muy bien atendido, y no le falta nada. Cuando ella se ausenta, Gergoria, la enfermera, y yo, estamos al pie de la cama, y entonces me hago toda ojos y toda oídos y no me fío de nadie para dejarlo solo. Por las noches: una noche vela tía Clara, otra noche velo yo. Esta ha sido mi primera noche de vela. Me ha parecido larga, eterna, de una eternidad negra, silenciosa, y húmeda, como ésa que se esconde en las urnas soldadas debajo de la tierra.

Creo que, por fin, ahora ya comienza a amanecer. En la puerta del comedor se asoma un reflejo gris que no alumbra todavía. Es un reflejo turbio que aún no tiene luz… Se parece al reflejo turbio de los ojos, cuando en ellos se juntan la blancura de la vida, con la negrura de la muerte, en estas horas horribles en que se aguarda la agonía…

… ¿Y cuántas noches de vela me quedarán aún?…

¡Ah, tío Pancho, tío Pancho! Por medir la extensión de tu pobre vida acabo de asomarme un instante al futuro, y no sé por qué, he visto en él mi esperanza toda blanqueada de dudas, como ese cementerio verde, que allá, más abajo de la ciudad, te espera en silencio todo blanqueado de tumbas… Es que las lágrimas me ciegan los ojos, y por el cristal empañado de las lágrimas todo se mira turbio… ¡Y cómo la muerte se complace en jugar con los proyectos de vida!… ¡Ah! ya no serás tú, tío Pancho, quien me lleve del brazo ese día de mi boda, cuando vestida de novia, camine muy despacio, llevando tras de mí tendido en la alfombra oscura aquel manto largo… largo… que es como una nube larga de encaje de chantilly!…


DE IFIGENIA

“Tengo un alma profundamente naturista y adoro con ella la verdad sencilla de las cosas”.  Ifigenia.

“Ya la Luna, lo sabía, me ha dicho compasiva: ¡No esperes a los muertos! Pero no he de cerrar mi balcón todavía”. Ifigenia.



DE LAS TRES CONFERENCIAS EN BOGOTÁ

Cuando Teresa viajó a Bogotá para dictar tres conferencias agrupadas bajo el título «Influencia de las mujeres en la formación del alma americana», en donde destaca la participación de la mujer durante la Conquista, la Colonia y la Guerra de Independencia.

En la primera de esas tres conferencias, Teresa de la Parra hace referencia a los ataques de los moralistas para con su novela Ifigenia:

«Son ya muchos los moralistas que con amable ecuanimidad, los más, o con violentos anatemas, los menos, han atacado el diario de María Eugenia Alonso, llamándolo volteriano, pérfido y peligrosísimo en manos de las señoritas contemporáneas. Yo no creo que tal diario sea tan perjudicial a las niñas de nuestra época por la sencilla razón de que no hace sino reflejarlas. Casi todas ellas, las nacidas y criadas en medios muy austeros, especialmente, llevan dentro de sí mismas una María Eugenia Alonso en plena rebeldía, más o menos disimulada, según la oprima el ambiente (...) Disgústense o no los moralistas, no se detiene una epidemia escondiendo los casos (...) La crisis por la que atraviesan hoy las mujeres no se cura predicando la sumisión, la sumisión y la sumisión, como se hacía en los tiempos en que la vida mansa podía encerrarse toda dentro de las puertas de la casa.»


DE MEMORIAS DE MAMÁ BLANCA 


“Podría decirte muy severamente: “Vete y no peques más”, si no fuese porque juzgo imprudente anatemizar el pecado con demasiada violencia. Proscrito del mundo, su absoluta ausencia podría dejar tras él una aridez de desierto, pues, ¿qué valdría ya la vida sin la gracia del perdón y la indulgencia?”. Memorias de Mamá Blanca.

“Los recuerdos no cambian es Ley de todo lo existente. Si nuestros muertos, los más íntimos, los más adorados, volviesen a nosotros después de muchos años de ausencia y arrasados los árboles viejos hallasen en nuestras almas jardines a la Inglesa y tapias de mampostería, es decir, otros afectos, otros gustos, otros intereses, doloridos nos contemplarían un instante y discretos, enjugándose las lágrimas, volverían a acostarse en sus sepulcros.” Memorias de Mamá Blanca.

“…Su alma desconocía el odio. Siendo casi del mundo de los vegetales, aceptaba sin quejarse, las inquinidades de los hombres y las injusticias de la naturaleza. Hundido en acequia o adherido a las lajas, zahiriendolo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutas y flores”. Memorias de Mamá Blanca.

“Mamá perseverante y evangelizadora, seguía prodigando sobre Vicente sus quejumbrosas amonestaciones, mientras el tiempito se prolongaba indefinidamente a través de todas las cosechas de café”.  Memorias de Mamá Blanca.


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