III
Se parecen a Todo el Mundo
HACE pocos días le escribí una larga carta contestación a la suya
en las que daba mis más expresivas gracias por el abrazo de bienvenida que le
dió a su vieja amiga María Eugenia.
Hoy le escribo para ocasionarle algunas molestias. Culpa de
ello es el gran cariño tan sincero, tan desinteresado que tanto usted como G.
me demostraron en Caracas. Tengo en Usted una confianza plena, ilimitada. Esto
me inclina a dirigirme a usted antes que a cualquier otra persona, aún las de
mi familia, y mi gusto hubiera sido, a no
mediar circunstancias especiales, el dejar mis asuntos entre sus manos. Creo
que hubiese tenido cierto gusto en molestarse venciendo dificultades. ¿Me
equivoco? Yo pienso que no.
Ruégole ponerse de acuerdo con Duarte, a fin de encontrarle
colocación a la suma que tengo depositada en el Banco Caracas. Ya le he escrito
a Duarte anunciándole que iba a dirigirme a usted pidiéndole este favor. Créame
que se lo agradeceré de veras.
Sigo en Ginebra, un tiempo delicioso y un movimiento
extraordinario con la apertura de la Sociedad de las Naciones. Todos los
“grands Bonnets” (ó grandes cacaos, como decimos allá) de la política, se
encuentran aquí. Excuso decirle que sólo pienso verlos reunidos una o dos veces en solemne asamblea.
¡Es lamentable como se parecen a todo el mundo;
pero es interesantísimo el contemplar tanta solemnidad inútil. Como
delegado de Venezuela he visto a Zumeta que se encuentra entusiasmado con las
tristes alegrías y alegrísimas tristezas de maría Eugenia. Le dije naturalmente
que era una hija ya emancipada, cuyo succés me interesa cada día menos. Que era
en Caracas, cuando todavía bajo mi tutela recibía flores fragantes en su retiro
conventual, cuando me halagaba mirar sus poquísimos pero sinceros admiradores.
Mil cariños a G. y los niñitos, y para usted querido amigo
todo el afecto, toda la sincera amistad de su amiga,
Teresa.
Geneve: 7 de Septiembre de 1925.